Un mundo feliz - Capítulo II + Útero artificial

 


   Jueves para arrancar con el capítulo II de la novela que desde el principio nos está dando un tour, a modo de recorrida casi turística por este "mundo feliz". 

    Un grupo de estudiantes sigue al Director de Incubación y Condicionamiento. Ellxs y nosotrxs nos vamos introduciendo en la lógica de ese tiempo, en el que los niños nacen de vientres artificiales y los embriones son cuidados de acuerdo a lo que se espera de la clase social a la que pertenecerán. Con el método Bokanovsky, un sólo óvulo puede dar origen a múltiples embriones, que no necesitan ser inteligentes ya que en su vida serán servidores.

    Para ponernos en tema, @thisannia compartió en el Whatsapp del grupo una noticia muy adecuada para quienes estamos entrando en esta historia. Les dejo los links para que se interioricen en la aparente creación de un útero artificial que podría "hacer nacer" hasta 30.000 bebés por año y el seguimiento que pude hacer a la noticia, aparentemente falsa o manipulada. ¿Menos mal?


La noticia actual salió, entre otras, en la Revista Forbes digital, con fecha 4/4/2024:

Una firma prevé lanzar el primer útero artificial que podría hacer nacer a 30.000 bebés por año

Un poco más atrás en el tiempo, National Geographic publicaba, con fecha 9/11/2017 una noticia ligeramente diferente: se trataba de una tecnología que serviría para tratar bebés prematuros y darles "un segundo nacimiento" ya que los pondrían en una incubadora con líquido.


Un útero artificial, la nueva esperanza para tratar a bebés prematuros

    Queda en cada uno de nosotros creer a estas fuentes o seguir investigando. Más allá de la duda, es una noticia ideal para compartir a quienes estamos ya arrancando el capítulo 2, que se las trae.

    Como siempre, debajo les dejo los links de interés que vamos encontrando entre todxs.

¡Nos leemos en comentarios!


 Flor.-

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 Música inspirada en Un mundo feliz 

Música para una lectura inmersiva

Foto x @libertine.91


Un mundo feliz - Capítulo II


    Mr. Foster se quedó en la Sala de Decantación. El DIC y sus alumnos
entraron en el ascensor más próximo, que los condujo a la quinta planta.
GUARDERÍA INFANTIL. SALA DE CONDICIONAMIENTO NEO-PAVLOVIANO,
anunciaba el rótulo de la entrada.
    El director abrió una puerta. Entraron en una vasta estancia vacía, muy
brillante y soleada, porque toda la pared orientada hacia el Sur era un cristal
de parte a parte. Media docena de enfermeras, con pantalones y chaqueta de
uniforme, de viscosilla blanca, los cabellos asépticamente ocultos bajo
cofias blancas, se hallaban atareadas disponiendo jarrones con rosas en una
larga hilera, en el suelo. Grandes jarrones llenos de flores. Millares de
pétalos, suaves y sedosos como las mejillas de innumerables querubes, pero
de querubes, bajo aquella luz brillante, no exclusivamente rosados y arios,
sino también luminosamente chinos y también mejicanos y hasta
apopléticos a fuerza de soplar en celestiales trompetas, o pálidos como la
muerte, pálidos con la blancura póstuma del mármol.
    Cuando el DIC entró, las enfermeras se cuadraron rígidamente.
    —Coloquen los libros —ordenó el director.
    En silencio, las enfermeras obedecieron la orden. Entre los jarrones de
rosas, los libros fueron debidamente dispuestos: una hilera de libros
infantiles se abrieron invitadoramente mostrando alguna imagen
alegremente coloreada de animales, peces o pájaros.
    —Y ahora traigan a los niños.
    Las enfermeras se apresuraron a salir de la sala y volvieron al cabo de
uno o dos minutos; cada una de ellas empujaba una especie de carrito de té

muy alto, con cuatro estantes de tela metálica, en cada uno de los cuales
había un crío de ocho meses. Todos eran exactamente iguales (un grupo
Bokanovsky, evidentemente) y todos vestían de color caqui, porque
pertenecían a la casta Delta.
    —Pónganlos en el suelo.
    Los carritos fueron descargados.
    —Y ahora sitúenlos de modo que puedan ver las flores y los libros.
    Los chiquillos inmediatamente guardaron silencio, y empezaron a
arrastrarse hacia aquellas masas de colores vivos, aquellas formas alegres y
brillantes que aparecían en las páginas blancas. Cuando ya se acercaban, el
sol palideció un momento, eclipsándose tras una nube. Las rosas llamearon,
como a impulsos de una pasión interior; un nuevo y profundo significado
pareció brotar de las brillantes páginas de los libros. De las filas de críos
que gateaban llegaron pequeños chillidos de excitación, gorjeos y ronroneos
de placer.
    El director se frotó las manos.
    —¡Estupendo! —exclamó—. Ni hecho a propósito.
    Los más rápidos ya habían alcanzado su meta. Sus manecitas se tendían,
inseguras, palpaban, agarraban, deshojaban las rosas transfiguradas,
arrugaban las páginas iluminadas de los libros. El director esperó verles a
todos alegremente atareados. Entonces dijo:
    —Fíjense bien.
    La enfermera jefe, que estaba de pie junto a un cuadro de mandos, al
otro extremo de la sala, bajó una pequeña palanca.
    Se produjo una violenta explosión. Cada vez más aguda, empezó a
sonar una sirena. Timbres de alarma se dispararon, locamente.
    Los chiquillos se sobresaltaron y rompieron en chillidos; sus rostros
aparecían convulsos de terror.
    —Y ahora —gritó el director (porque el estruendo era ensordecedor)—,
ahora pasaremos a reforzar la lección con un pequeño
shock eléctrico.
    Volvió a hacer una señal con la mano, y la enfermera jefe pulsó otra
palanca. Los chillidos de los pequeños cambiaron súbitamente de tono.
    Había algo desesperado, algo casi demencial, en los gritos agudos,
espasmódicos, que brotaban de sus labios. Sus cuerpecitos se retorcían y

cobraban rigidez; sus miembros se agitaban bruscamente, como
obedeciendo a los tirones de alambres invisibles.
    —Podemos electrificar toda esta zona del suelo —gritó el director,
como explicación—. Pero ya basta.
    E hizo otra señal a la enfermera.
    Las explosiones cesaron, los timbres enmudecieron, y el chillido de la
sirena fue bajando de tono hasta reducirse al silencio. Los cuerpecillos
rígidos y retorcidos se relajaron, y lo que había sido el sollozo y el aullido
de unos niños desatinados volvió a convertirse en el llanto normal del terror
ordinario.
    —Vuelvan a ofrecerles las flores y los libros.
    Las enfermeras obedecieron; pero ante la proximidad de las rosas, a la
sola vista de las alegres y coloreadas imágenes de los gatitos, los gallos y
las ovejas, los niños se apartaron con horror, y el volumen de su llanto
aumentó súbitamente.
    —Observen —dijo el director, en tono triunfal—. Observen.
    Los libros y ruidos fuertes, flores y descargas eléctricas; en la mente de
aquellos niños ambas cosas se hallaban ya fuertemente relacionadas entre
sí; y al cabo de doscientas repeticiones de la misma o parecida lección
formarían ya una unión indisoluble. Lo que el hombre ha unido, la
Naturaleza no puede separarlo.
    —Crecerán con lo que los psicólogos solían llamar un odio instintivo
hacia los libros y las flores. Reflejos condicionados definitivamente.
    Estarán a salvo de los libros y de la botánica para toda su vida. —El
director se volvió hacia las enfermeras—. Llévenselos.
    Llorando todavía, los niños vestidos de caqui fueron cargados de nuevo
en los carritos y retirados de la sala, dejando tras de sí un olor a leche agria
y un agradable silencio.
    Uno de los estudiantes levantó la mano; aunque comprendía
perfectamente que no podía permitirse que los miembros de una casta baja
perdieran el tiempo de la comunidad en libros, y que siempre existía el
riesgo de que leyeran algo que pudiera, por desdicha, destruir uno de sus
reflejos condicionados, sin embargo…, bueno, no podía comprender lo de

las flores. ¿Por qué tomarse la molestia de hacer psicológicamente
imposible para los Deltas el amor a las flores?
    Pacientemente, el DIC se explicó. Si se inducía a los niños a chillar a la
vista de una rosa, ello obedecía a una alta política económica. No mucho
tiempo atrás (aproximadamente un siglo), los Gammas, los Deltas y hasta
los Epsilones habían sido condicionados de modo que les gustaran las
flores; las flores en particular, y la naturaleza salvaje en general. El
propósito, entonces, estribaba en inducirles a salir al campo en toda
oportunidad, con el fin de que consumieran transporte.
    —¿Y no consumían transporte? —preguntó el estudiante.
    —Mucho —contestó el DIC—. Pero solo transporte.
    Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son
gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas. Se decidió
abolir el amor a la Naturaleza, al menos entre las castas más bajas; abolir el
amor a la Naturaleza, pero no la tendencia a consumir transporte. Porque,
desde luego, era esencial, que siguieran deseando ir al campo, aunque lo
odiaran. El problema residía en hallar una razón económica más poderosa
para consumir transporte que la mera afición a las prímulas y los paisajes. Y
lo encontraron.
    —Condicionamos a las masas de modo que odien el campo —concluyó
el director—. Pero simultáneamente las condicionamos para que adoren los
deportes campestres. Al mismo tiempo, velamos para que todos los
deportes al aire libre entrañen el uso de aparatos complicados. Así, además
de transporte, consumen artículos manufacturados. De ahí estas descargas
eléctricas.
    —Comprendo —dijo el estudiante.
    Y presa de admiración, guardó silencio.
    El silencio se prolongó; después, aclarándose la garganta, el director
empezó:
    —Tiempo ha, cuando Nuestro Ford estaba todavía en la Tierra, hubo un
chiquillo que se llamaba Reuben Rabinovich. Reuben era hijo de padres de
habla polaca. Usted sabe lo que es el polaco, desde luego.
    —Una lengua muerta.

    —Como el francés y el alemán —agregó otro estudiante, exhibiendo
oficiosamente sus conocimientos.
    —¿Y «padre»? —preguntó el DIC.
    Se produjo un silencio incómodo. Algunos muchachos se sonrojaron.
    Todavía no habían aprendido a identificar la significativa pero a menudo
muy sutil distinción entre obscenidad y ciencia pura. Uno de ellos, al fin,
logró reunir valor suficiente para levantar la mano.
    —Los seres humanos antes eran… —vaciló; la sangre se le subió a las
mejillas—. Bueno, eran vivíparos.
    —Muy bien —dijo el director, en tono de aprobación.
    —Y cuando los niños eran decantados…
    —Cuando nacían —surgió la enmienda.
    —Bueno, pues entonces eran los padres… Quiero decir, no los niños,
desde luego, sino los otros.
    El pobre muchacho estaba abochornado y confuso.
    —En suma —resumió el director—. Los padres eran el padre y la
madre. —La obscenidad, que era auténtica ciencia, cayó como una bomba
en el silencio de los muchachos, que desviaban las miradas—. Madre —
repitió el director en voz alta, para hacerles entrar la ciencia; y,
arrellanándose en su asiento, dijo gravemente—: Estos hechos son
desagradables, lo sé. Pero la mayoría de los hechos históricos son
desagradables.
    Luego volvió al pequeño Reuben, al pequeño Reuben, en cuya
habitación, una noche, por descuido, su padre y su madre (¡lagarto, lagarto!)
se dejaron la radio en marcha.
    (Porque deben ustedes recordar que en aquellos tiempos de burda
reproducción vivípara, los niños eran criados siempre con sus padres y no
en los Centros de Condicionamiento del Estado).
    Mientras el chiquillo dormía, de pronto la radio empezó a dar un
programa desde Londres y a la mañana siguiente, con gran asombro de sus
lagarto y lagarto (los muchachos más atrevidos osaron sonreírse
mutuamente), el pequeño Reuben se despertó repitiendo palabra por palabra
una larga conferencia pronunciada por aquel curioso escritor antiguo («uno
de los poquísimos cuyas obras se ha permitido que lleguen hasta nosotros»),

George Bernard Shaw, quien hablaba, de acuerdo con la probada tradición
de entonces, de su propio genio. Para los… (guiño y risita) del pequeño
Reuben, esta conferencia era, desde luego, perfectamente incomprensible, y,
sospechando que su hijo se había vuelto loco de repente, enviaron a buscar
a un médico. Afortunadamente, este entendía el inglés, reconoció el
discurso que Shaw había radiado la víspera, comprendió el significado de lo
ocurrido y envió una comunicación a las publicaciones médicas acerca de
ello.
    —El principio de la enseñanza durante el sueño, o hipnopedia, había
sido descubierto.
    El DIC hizo una pausa efectista.
    El principio había sido descubierto; pero habían de pasar años, muchos
años, antes de que tal principio fuese aplicado con utilidad.
    —El caso del pequeño Reuben ocurrió solo veintitrés años después de
que Nuestro Ford lanzara al mercado su primer Modelo T. —Al decir estas
palabras, el director hizo la señal de la T sobre su estómago, y todos los
estudiantes le imitaron reverentemente.
    Furiosamente, los estudiantes garrapateaban: «Hipnopedia, empleada
por primera vez oficialmente en 214 d. F. ¿Por qué no antes? Dos razones.
(a)…».
    —Estos primeros experimentos —les decía el DIC— seguían una pista
falsa. Los investigadores creían que la hipnopedia podía convertirse en un
instrumento de educación intelectual.
    Un niño duerme sobre su costado derecho, con el brazo derecho
estirado, la mano derecha colgando fuera de la cama. A través de un orificio
enrejado, redondo, practicado en el lado de una caja, una voz habla
suavemente.
    «El Nilo es el río más largo de África y el segundo en longitud de todos
los ríos del Globo. Aunque es poco menos largo que el MississippiMissouri, el Nilo es el más importante de todos los ríos del mundo en
cuanto a la anchura de su cuenca, que se extiende a través de 35 grados de
latitud…».
    A la mañana siguiente, alguien dice:
    —Tommy, ¿sabes cuál es el río más largo de África?

    El chiquillo niega con la cabeza.
    —Pero ¿no recuerdas algo que empieza: «El Nilo es el…»?
    —El-Nilo-es-el-río-más-largo-de-África-y-el-segundo-en-longitud-detodos-los-ríos-del-Globo… —    Las palabras brotan caudalosamente de sus
labios—. Aunque-es-poco-menos-largo-que…
    —Bueno, entonces, ¿cuál es el río más largo de África?
    Los ojos aparecen vacíos de expresión.
    —No lo sé.
    —Pues el Nilo, Tommy.
    —¿Cuál es el río más largo del mundo, Tommy?
    Tommy rompe a llorar.
    —No lo sé —solloza.
    Este llanto, según explicó el director, desanimó a los primeros
investigadores. Los experimentos fueron abandonados. No se volvió a
intentar enseñar a los niños, durante el sueño, la longitud del Nilo. Muy
acertadamente. No se puede aprender una ciencia a menos que uno sepa de
qué trata.
    —Por el contrario, debían haber empezado por la educación
moral
dijo el director, abriendo la marcha hacia la puerta. Los estudiantes le
siguieron, garrapateando desesperadamente mientras caminaban hasta llegar
al ascensor—. La educación moral, que nunca, en ningún caso, debe ser
racional.
    —Silencio, silencio —susurró un altavoz, cuando salieron del ascensor,
en la decimocuarta planta, y «Silencio, silencio» repetían incansables los
altavoces, situados a intervalos en todos los pasillos. Los estudiantes y hasta
el propio director empezaron a caminar automáticamente sobre las puntas
de los pies. Sí, ellos eran Alfas, desde luego; pero también los Alfas han
sido condicionados. «Silencio, silencio». El aire todo de la planta
decimocuarta vibraba con aquel imperativo categórico.
    Unos cincuenta metros recorridos de puntillas los llevaron ante una
puerta que el director abrió cautelosamente. Cruzando el umbral, penetraron
en la penumbra de un dormitorio cerrado. Ochenta camastros se alineaban
junto a la pared. Se oía una respiración regular y ligera, y un murmullo
continuo, como de voces muy débiles que susurraran a lo lejos.

    En cuanto entraron, una enfermera se levantó y se cuadró ante el
director.
    —¿Cuál es la lección de esta tarde? —preguntó este.
    —Durante los primeros cuarenta minutos tuvimos Sexo Elemental —
contestó la enfermera—. Pero ahora hemos pasado a Conciencia de Clase
Elemental.
    El director paseó lentamente a lo largo de la larga hilera de literas.
Sonrosados y relajados por el sueño, ochenta niños y niñas yacían,
respirando suavemente.
    Debajo de cada almohada se oía un susurro. El DIC se detuvo, e
inclinándose sobre una de las camitas, escuchó atentamente.
    —¿Conciencia de Clase Elemental? —dijo el director—. Vamos a
hacerlo repetir por el altavoz.
    Al extremo de la sala un altavoz sobresalía de la pared. El director se
acercó al mismo y pulsó un interruptor.
    «… todos visten de color verde —dijo una voz suave pero muy clara,
empezando en mitad de una frase—, y los niños Delta visten todos de caqui.
¡Oh, no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son
peores. Son demasiado tontos para poder leer o escribir. Además, visten de
negro, que es un color asqueroso. Me alegro mucho de ser un Beta».
    Se produjo una pausa; después la voz continuó:
    «Los niños Alfa visten de color gris. Trabajan mucho más duramente
que nosotros, porque son terriblemente inteligentes. De verdad, me alegro
muchísimo de ser Beta, porque no trabajo tanto. Y, además, nosotros somos
mucho mejores que los Gammas y los Deltas. Los Gammas son tontos.
Todos visten de color verde, y los niños Delta visten todos de caqui. ¡Oh,
no, yo no quiero jugar con niños Delta! Y los Epsilones todavía son peores.
Son demasiado tontos para…».
    El director volvió a cerrar el interruptor. La voz enmudeció. Solo su
desvaído fantasma siguió susurrando desde debajo de las ochenta
almohadas.
    —Todavía se lo repetirán cuarenta o cincuenta veces antes de que
despierten, y lo mismo en la sesión del jueves, y otra vez el sábado. Ciento

veinte veces, tres veces por semana, durante treinta meses. Después de lo
cual pueden pasar a una lección más adelantada.
    Rosas y descargas eléctricas, el caqui de los Deltas y una vaharada de
asafétida, indisolublemente relacionados entre sí antes de que el niño sepa
hablar. Pero el condicionamiento sin palabras es algo tosco y burdo; no
puede hacer distinciones más sutiles, no puede inculcar las formas de
comportamiento más complejas. Para esto se precisan las palabras, pero
palabras sin razonamiento. En suma, la hipnopedia.
    —La mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos.
    Los estudiantes lo anotaron en sus pequeños blocs. Directamente de
labios de la ciencia personificada.
    El director volvió a accionar el interruptor.
    «… terriblemente inteligentes —estaba diciendo la voz suave,
insinuante e incansable—. De verdad, me alegro muchísimo de ser Beta,
porque…».
    No precisamente como gotas de agua, a pesar de que el agua, es verdad,
puede agujerear el más duro granito; más bien como gotas de lacre fundido,
gotas que se adhieren, que se incrustan, que se incorporan a aquello encima
de lo cual caen, hasta que, finalmente, la roca se convierte en un solo
bloque escarlata.
    —Hasta que, al fin, la mente del niño se transforma en esas sugestiones,
y la suma de estas sugestiones es la mente del niño. Y no solo la mente del
niño, sino también la del adulto, a lo largo de toda su vida. La mente que
juzga, que desea, que decide… formada por estas sugestiones. ¡Y estas
sugestiones son
nuestras sugestiones! —Casi gritó el director, exaltado—.
¡Sugestiones del Estado! —Descargó un puñetazo encima de una mesa—.
De ahí se sigue que…
    Un rumor lo indujo a volverse. 

—¡Oh, Ford! —exclamó, en otro tono—. He despertado a los niños.

    

Comentarios

  1. Terrible este capítulo en el que exponen cómo se condiciona a los bebés para que sean adultos consumidores en el futuro.
    También aclaran que Ford es la palabra/persona/entidad que ocupa el lugar de dios y el tiempo se mide en antes y después de Ford. Entiendo que endiosan lo que el fordismo representó para los modos y tiempos de producción capitalistas.
    Rescato cuando dice "la mayoría de los hechos históricos son desagradables", recuerdo que en 1984 la historia era algo en constante modificación según convenía al Partido.
    Por último, me quedo con que las palabras "madre" y "padre" no son pronunciables abiertamente en esta sociedad. Pienso seguir ese desarrollo, qué palabras se pueden y no decir, así como en 1984 tenían una neolengua.

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  2. Me gustó más que el capítulo anterior. Quería que se alejen de la ciencia pero los estudios y tácticas sobre el comportamiento me sirven. Va tomando forma.

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  3. Seguimos recorriendo esa fabrica de humanos junto al vocero D.I.C. y el grupo de estudiantes, ahora ya en el proceso puro de acondicionamiento neopavloviano.
    Releí este capitulo después de escuchar la entrevista del neurocientífico que compartieron por whatsapp. Ahí el especialista hace referencia a que en consecuencia del uso de la tecnología los seres humanos pasamos a FUNCIONAR dejando de lado el EXISTIR.
    Creo que es la línea de lo que expone este capítulo... los personas son moldeadas y acondicionadas para ser consumidores. Entonces pienso en el concepto de consumo cultural, de creador de contenidos para el consumo y todo es mundillo monetizable.
    El D.I.C explica que el disfrute de la naturaleza es un problema por su gratuidad, entonces se la arreglaron para que los deportes también sean medios de consumo. Ahí pensé en los runners y sus atuendos, los ciclistas, las botellitas para el gimnasio, la ropa de yoga, el mat, el zafu, las dietas especiales, el futbol y sus cortes de pelo....
    Pienso también en la explotación de los universos ficcionales.... el multiverso marvel, star wars, etc...

    - Hay lenguas muertas como el polaco, el francés y el alemán.
    - lo natural es obsceno, la historia es desagradable, algunas obras literarias se les permitió llegar hasta ese tiempo y la de Bernard Shaw es una de ellas ¿por qué? me puse a investigar sobre este chabón que estaba a favor de la eugenesia, y sobre el efecto pigmalión
    - La hipnopedia para inocular valores morales.... Hay que decir que al principio intentan educar en conocimientos con este método, pero no pudieron por que "No se puede aprender ciencia sin saber perfectamente de lo que se trata" en cambio, la educación moral no debe ser racional-

    - "Silencio, silencio" en los altoparlantes
    no me acordaba de esto, pero me llevó directamente a la novela La Isla, también de Huxley, que funciona como la contraparte de Un Mundo Feliz. En esa isla hay unos pájaros que cada cierto tiempo dicen "atención, atención" para que los habitantes de Pala recuerden estar presentes en su existir.

    - El primer condicionamiento es sensorial, a fuerza de colores, tamaños, sensaciones físicas desagradables como la electrocución, y eso después se lo acompaña y refuerza con palabras irracionales.
    Las mentes están contaminadas de puras sugestiones que los hacen juzgar, desear y decidir

    Es horroroso este capitulo, y es increible, al igual que en 1984, que lo haya escrito en los años 30... hace casi 100 años!!!

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    1. Atención atención. No leí la isla, pero hace poco leí (en el ig de @tipounasñetras) que los budistas tocan cada cierto tiempo una campanilla que les recuerda que tienen que estar presentes. No sé si es en un ritual, desconozco el contexto, pero me gustó porque creo que por nuestra propia voluntad no nos traemos a tierra muy a menudo. Me pregunto si después de un tiempo sigue surtiendo efecto la llamada.
      Muy buena la comparación con runners y yoguis, todo todo, hasta lo que es gratis, se puede transformar en una actividad que requiere consumir.
      Atención atención. Tenemos que sacarnos ese lastre de encima. El de consumir sin parar.

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