Un mundo feliz - Capítulo I + Lista de reproducción

   



    Hola a todxs. Bienvenidxs a esta segunda edición del Club de Lectura de Lapocalipsi.

    Mi nombre es Flor y estaré subiendo los capítulos correspondientes a la novela que nos reúne: Un mundo feliz, de Aldous Huxley, los lunes y los jueves. Siéntanse libres de escribir en los comentarios lo que hayan sentido con la lectura de cada capítulo.

    Tenemos además un GRUPO DE WHATSAPP donde compartir memes o links relacionados con la novela o con todo lo que la misma nos sugiera, recuerde o conecte. Están invitadxs a unirse, pero mantendremos ese espacio libre de spoilers, ya que no todxs leemos al mismo ritmo. 

    Nuestros objetivos son: que podamos llegar al final de la novela, leer con otrxs, compartir, repensar la realidad a partir de nuestras lecturas. Siempre con respeto y amor. Este espacio es gratuito, pero si tu deseo es colaborar, podés hacerlo AQUÍ.

    Para este primer capítulo, reunimos una LISTA DE REPRODUCCIÓN con música inspirada por Un mundo feliz. Se pueden encontrar referencias en el título de la canción, en la letra o en menciones hechas por sus compositores. Con alegría recibiremos las que ustedes quieran aportar, para agregarlas a la lista.

    Además, encontramos en Youtube esta MÚSICA PARA UNA LECTURA INMERSIVA de Un mundo feliz. Alguien reunió más de dos horas de música para que la usemos de sonido ambiental mientras leemos esta novela, el canal es Soundtracks of solitude. La encontré por momentos perturbadora y a la vez adecuada. No suelo leer con música, pero quizás ustedes la puedan disfrutar cuando leen.

    ¿Están listxs para arrancar? Yo entusiasmada y feliz. Este Club, con su ritmo de lectura tranquilo y el diálogo que mantenemos, me ayuda a retomar mi amor por los libros, que venía cascoteado con tanto uso de internet.

    ¡Nos leemos en comentarios!


                                        Flor.-


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La foto es de mi edición de Un mundo feliz, de 1969, editada por Plaza y Janés y comprada (usada) por $3 en septiembre de 2002.


Un mundo feliz - Capítulo I


    Un edificio gris, achaparrado, de solo treinta y cuatro plantas. Encima de la
entrada principal las palabras: CENTRO DE INCUBACIÓN Y CONDICIONAMIENTO
DE LA CENTRAL DE LONDRES, y, en un escudo, la divisa del Estado Mundial:
COMUNIDAD, IDENTIDAD, ESTABILIDAD.
    La enorme sala de la planta baja se hallaba orientada hacia el Norte.
    Fría a pesar del verano que reinaba en el exterior y del calor tropical de la
sala, una luz cruda y pálida brillaba a través de las ventanas buscando
ávidamente alguna figura yacente amortajada, alguna pálida forma de
académica carne de gallina, sin encontrar más que el cristal, el níquel y la
brillante porcelana de un laboratorio. La invernada respondía a la
invernada. Las batas de los trabajadores eran blancas, y estos llevaban las
manos embutidas en guantes de goma de un color pálido, como de cadáver.
    La luz era helada, muerta, fantasmal. Solo de los amarillos tambores de los
microscopios lograba arrancar cierta calidad de vida, deslizándose a lo largo
de los tubos y formando una dilatada procesión de trazos luminosos que
seguían la larga perspectiva de las mesas de trabajo.
    —Y esta —dijo el director, abriendo la puerta— es la Sala de
Fecundación.
    Inclinados sobre sus instrumentos, trescientos fecundadores se hallaban
entregados a su trabajo, cuando el director de Incubación y
Condicionamiento entró en la sala, sumidos en un absoluto silencio, solo
interrumpido por el distraído canturreo o silboteo solitario de quien se halla
concentrado y abstraído en su labor. Un grupo de estudiantes recién
ingresados, muy jóvenes, rubicundos e imberbes, seguía con excitación,
casi abyectamente, al director, pisándole los talones. Cada uno de ellos
llevaba un bloc de notas en el cual, cada vez que el gran hombre hablaba,
garrapateaba desesperadamente. Directamente de labios de la ciencia
personificada. Era un raro privilegio. El DIC de la central de Londres tenía
siempre un gran interés en acompañar personalmente a los nuevos alumnos
a visitar los diversos departamentos.
    —Solo para darles una idea general —les explicaba.
    Porque, desde luego, alguna especie de idea general debían tener si
habían de llevar a cabo su tarea inteligentemente; pero no demasiado grande
si habían de ser buenos y felices miembros de la sociedad, a ser posible.
    Porque los detalles, como todos sabemos, conducen a la virtud y la
felicidad, en tanto que las generalidades son intelectualmente males
necesarios. No son los filósofos sino los que se dedican a la marquetería y
los coleccionistas de sellos los que constituyen la columna vertebral de la
sociedad.
    —Mañana —añadió, sonriéndoles con campechanía un tanto
amenazadora— empezarán ustedes a trabajar en serio. Y entonces no
tendrán tiempo para generalidades. Mientras tanto…
    Mientras tanto, era un privilegio. Directamente de los labios de la
ciencia personificada al bloc de notas. Los muchachos garrapateaban como
locos.
    Alto y más bien delgado, muy erguido, el director se adentró por la sala.
    Tenía el mentón largo y saliente, y dientes más bien prominentes, apenas
cubiertos, cuando no hablaba, por sus labios regordetes, de curvas
floreadas. ¿Viejo? ¿Joven? ¿Treinta? ¿Cincuenta? ¿Cincuenta y cinco?
Hubiese sido difícil decirlo. En todo caso la cuestión no llegaba siquiera a
plantearse; en aquel año de estabilidad, el 632 después de Ford, a nadie se
le hubiese ocurrido preguntarlo.
    —Empezaré por el principio —dijo el director.
    Y los más celosos estudiantes anotaron la intención del director en sus
blocs de notas: «Empieza por el principio».
    —Esto —siguió el director, con un movimiento de la mano— son las
incubadoras. —Y abriendo una puerta aislante les enseñó hileras y más
hileras de tubos de ensayo numerados—. La provisión semanal de óvulos
—explicó—. Conservados a la temperatura de la sangre; en tanto que los
gametos masculinos —y al decir esto abrió otra puerta— deben ser
conservados a treinta y cinco grados de temperatura en lugar de treinta y
siete. La temperatura de la sangre esterilizada.
    Los moruecos envueltos en termógeno no engendran corderillos.
    Sin dejar de apoyarse en las incubadoras, el director ofreció a los
nuevos alumnos, mientras los lápices corrían ilegiblemente por las páginas,
una breve descripción del moderno proceso de fecundación. Primero habló,
naturalmente, de sus prolegómenos quirúrgicos, la operación
voluntariamente sufrida para el bien de la Sociedad, aparte el hecho de que
entraña una prima equivalente al salario de seis meses; prosiguió con unas
notas sobre la técnica de conservación de los ovarios extirpados de forma
que se conserven en vida y se desarrollen activamente; pasó a hacer algunas
consideraciones sobre la temperatura, salinidad y viscosidad óptimas;
prendidos y maduros; y, acompañando a sus alumnos a las mesas de trabajo,
les enseñó en la práctica cómo se retiraba aquel licor de los tubos de
ensayo; cómo se vertía, gota a gota, sobre placas de microscopio
especialmente caldeadas; cómo los óvulos que contenía eran
inspeccionados en busca de posibles anormalidades, contados y trasladados
a un recipiente poroso; cómo (y para ello los llevó al sitio donde se
realizaba la operación) este recipiente era sumergido en un caldo caliente
que contenía espermatozoos en libertad, a una concentración mínima de
cien mil por centímetro cúbico, como hizo constar con insistencia; y cómo,
al cabo de diez minutos, el recipiente era extraído del caldo y su contenido
volvía a ser examinado; cómo, si algunos de los óvulos seguían sin
fertilizar, era sumergido de nuevo, y, en caso necesario, una tercera vez;
cómo los óvulos fecundados volvían a las incubadoras, donde los Alfas y
los Betas permanecían hasta que eran definitivamente embotellados, en
tanto que los Gammas, Deltas y Epsilones eran retirados al cabo de solo
treinta y seis horas, para ser sometidos al método de Bokanovsky.
    —El método de Bokanovsky —repitió el director.
    Y los estudiantes subrayaron estas palabras.
    Un óvulo, un embrión, un adulto: la normalidad. Pero un óvulo
bokanovskificado prolifera, se subdivide. De ocho a noventa y seis brotes, y
cada brote llegará a formar un embrión perfectamente constituido y cada
embrión se convertirá en un adulto normal. Una producción de noventa y
seis seres humanos donde antes solo se conseguía uno. Progreso.
    —En esencia —concluyó el DIC—, la bokanovskificación consiste en
una serie de paros del desarrollo. Controlamos el crecimiento normal, y
paradójicamente, el óvulo reacciona echando brotes.
    «Reacciona echando brotes». Los lápices corrían.
    El director señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran
lentitud, un portatubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja
de metal, de cuyo extremo emergía otro portatubos igualmente repleto. El
mecanismo producía un débil zumbido. El director explicó que los tubos de
ensayo tardaban ocho minutos en atravesar aquella cámara metálica. Ocho
minutos de rayos X era lo máximo que los óvulos podían soportar. Unos
pocos morían; de los restantes, los menos aptos se dividían en dos; después
a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a desarrollarse;
luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se
detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, echaban
nuevos brotes; después se les administraba una dosis casi letal de alcohol;
como consecuencia de ello, volvían a subdividirse —brotes de brotes de
brotes— y después se les dejaba desarrollar en paz, puesto que una nueva
detención en su crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el
óvulo original se había convertido en un número de embriones que oscilaba
entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo,
con respecto a la Naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas
parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos, cuando un
óvulo se escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas,
por veintenas a un tiempo.
    —Veintenas —repitió el director; y abrió los brazos como distribuyendo
generosas dádivas—. Veintenas.
    Pero uno de los estudiantes fue lo bastante estúpido para preguntar en
qué consistía la ventaja.
    —¡Pero, hijo mío! —exclamó el director, volviéndose bruscamente
hacia él—. ¿De veras no lo comprende? ¿No puede comprenderlo? —
Levantó una mano, con expresión solemne—. El Método Bokanovsky es
uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social.
    «Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social».
    Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el
personal de una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo
bokanovskificado.
    —¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas
idénticas! —La voz del director casi temblaba de entusiasmo—. Sabemos
muy bien adónde vamos. Por primera vez en la historia. —Citó la divisa
planetaria—: «Comunidad, Identidad, Estabilidad». —Grandes palabras—.
Si pudiéramos bokanovskificar indefinidamente, el problema estaría
resuelto.
    Resuelto por Gammas en serie, Deltas invariables, Epsilones uniformes.
Millones de mellizos idénticos. El principio de la producción en masa
aplicado, por fin, a la biología.
    —Pero, por desgracia —añadió el director—, no podemos
bokanovskificar indefinidamente.
    Al parecer, noventa y seis era el límite, y setenta y dos un buen
promedio. Lo más que podían hacer, a falta de poder realizar aquel ideal,
era manufacturar tantos grupos de mellizos idénticos como fuese posible a
partir del mismo ovario y con gametos del mismo macho. Y aun esto era
difícil.
    —Porque, por vías naturales, se necesitan treinta años para que
doscientos óvulos alcancen la madurez. Pero nuestra tarea consiste en
estabilizar la población en este momento, aquí y ahora. ¿De qué nos serviría
producir mellizos con cuentagotas a lo largo de un cuarto de siglo?
Evidentemente, de nada. Pero la técnica de Podsnap había acelerado
inmensamente el proceso de la maduración. Ahora cabía tener la seguridad
de conseguir como mínimo ciento cincuenta óvulos maduros en dos años.
Fecundación y bokanovskificación —es decir, multiplicación por setenta y
dos—, aseguraban una producción media de casi once mil hermanos y
hermanas en ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y todo ello en el
plazo de dos años.
    —Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario
produzca más de quince mil individuos adultos.
    Volviéndose hacia un joven rubio y coloradote que en aquel momento
pasaba por allá, lo llamó:
    —Mr. Foster. ¿Puede decirnos cuál es la marca de un solo ovario, Mr.
Foster?
    —Dieciséis mil doce en este Centro —contestó Mr. Foster sin vacilar.
Hablaba con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente
que le producía un intenso placer citar cifras—. Dieciséis mil doce, en
ciento ochenta y nueve grupos de mellizos idénticos. Pero, desde luego, se
ha conseguido mucho más —prosiguió atropelladamente— en algunos
centros tropicales. Singapur ha producido a menudo más de dieciséis mil
quinientos; y Mombasa ha alcanzado la marca de los diecisiete mil. Claro
que tienen muchas ventajas sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo
reacciona un ovario de negra a la pituitaria! Es algo asombroso, cuando uno
está acostumbrado a trabajar con material europeo. Sin embargo —agregó,
riendo (aunque en sus ojos brillaba el fulgor del combate y avanzaba la
barbilla retadoramente)—, sin embargo, nos proponemos batirles, si
podemos. Actualmente estoy trabajando en un maravilloso ovario DeltaMenos. Solo cuenta dieciocho meses de antigüedad. Ya ha producido doce
mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue fuerte. Todavía les
ganaremos.
    —¡Este es el espíritu que me gusta! —exclamó el director; y dio unas
palmadas en el hombro de Mr. Foster—. Venga con nosotros y permita a
estos muchachos gozar de los beneficios de sus conocimientos de experto.
    Mr. Foster sonrió modestamente.
    —Con mucho gusto —dijo.
    Y siguieron la visita. En la Sala de Envasado reinaba una animación
armoniosa y una actividad ordenada. Trozos de peritoneo de cerda, cortados
ya a la medida adecuada, subían disparados en pequeños ascensores,
procedentes del Almacén de Órganos de los sótanos. Un zumbido, después
un chasquido, y las puertas del ascensor se abrían de golpe; el Forrador de
Envases solo tenía que alargar la mano, coger el trozo, introducirlo en el
frasco, alisarlo, y antes de que el envase debidamente forrado por el interior
se hallara fuera de su alcance, transportado por la cinta sin fin, un zumbido,
un chasquido, y otro trozo de peritoneo era disparado desde las
profundidades, a punto para ser deslizado en el interior de otro frasco, el
siguiente de aquella lenta procesión que la cinta transportaba.
    Después de los Forradores había los matriculadores. La procesión
avanzaba; uno a uno, los óvulos pasaban de sus tubos de ensayo a unos
recipientes más grandes; diestramente, el forro de peritoneo era cortado, la
mórula situada en su lugar, vertida la solución salina… y ya el frasco había
pasado y les llegaba la vez a los etiquetadores. Herencia, fecha de
fertilización, grupo de Bokanovsky al que pertenecía, todos estos detalles
pasaban del tubo de ensayo al frasco. Sin anonimato ya, con sus nombres a
través de una abertura de la pared, hacia la Sala de Predestinación Social.
    —Ochenta y ocho metros cúbicos de fichas —dijo Mr. Foster,
satisfecho, al entrar.
    —Que contienen toda la información de interés —agregó el director.
    —Puestas al día todas las mañanas.
    —Y coordinadas todas las tardes.
    —En las cuales se basan los cálculos.
    —Tantos individuos, de tal y tal calidad —dijo Mr. Foster.
    —Distribuidos en tales y tales cantidades.
    —El óptimo porcentaje de Decantación en cualquier momento dado.
    —Permitiendo compensar rápidamente las pérdidas imprevistas.
    —Rápidamente —repitió Mr. Foster—. ¡Si supieran ustedes la cantidad
de horas extras que tuve que emplear después del último terremoto en
Japón!
    Rio de buena gana y movió la cabeza.
    —Los Predestinadores envían sus datos a los Fecundadores.
    —Quienes les facilitan los embriones que solicitan.
    —Y los frascos pasan aquí para ser predestinados concretamente.
    —Después de lo cual vuelven a ser enviados al Almacén de Embriones.
    —Adonde vamos a pasar ahora mismo.
    Y, abriendo una puerta, Mr. Foster inició la marcha hacia una escalera
que descendía al sótano.
    La temperatura seguía siendo tropical. El grupo penetró en un ambiente
iluminado con una luz crepuscular. Dos puertas y un pasadizo con un doble
recodo aseguraban al sótano contra toda posible infiltración de la luz.
    —Los embriones son como la película fotográfica —dijo Mr. Foster,
jocosamente, al tiempo que empujaba la segunda puerta—. Solo soportan la
luz roja.
    Y, en efecto, la bochornosa oscuridad en medio de la cual los
estudiantes le seguían ahora era visible y escarlata como la oscuridad que se
divisa con los ojos cerrados en plena tarde veraniega. Los voluminosos
estantes laterales, con sus hileras interminables de botellas, brillaban como
cuajados de rubíes, y entre los rubíes se movían los espectros rojos de
mujeres y hombres con los ojos purpúreos y todos los síntomas del lupus.
    El zumbido de la maquinaria llenaba débilmente los aires.
    —Deles unas cuantas cifras, Mr. Foster —dijo el director, que estaba
cansado de hablar.
    A Mr. Foster le encantó darles unas cuantas cifras.
    Doscientos veinte metros de longitud, doscientos de anchura y diez de
altura. Señaló hacia arriba. Como gallinitas bebiendo agua, los estudiantes
levantaron los ojos hacia el elevado techo.
    Tres grupos de estantes: a nivel del suelo, primera galería y segunda
galería.
    La telaraña metálica de las galerías se perdía a lo lejos, en todas
direcciones, en la oscuridad. Cerca de ellas, tres fantasmas rojos se hallaban
muy atareados descargando damajuanas de una escalera móvil.
    La escalera que procedía de la Sala de Predestinación Social.
    Cada frasco podía ser colocado en uno de los quince estantes, cada uno
de los cuales, aunque a simple vista no se notaba, era un tren que viajaba a
razón de trescientos treinta y tres milímetros por hora. Doscientos sesenta y
siete días, a ocho metros diarios. Dos mil ciento treinta y seis metros en
total. Una vuelta al sótano a nivel del suelo, otra en la primera galería,
media en la segunda, y, la mañana del día doscientos sesenta y siete, luz de
día en la Sala de Decantación. La llamada existencia independiente.
    —Pero en el intervalo —concluyó Mr. Foster— nos las hemos arreglado
para hacer un montón de cosas con ellos. Ya lo creo, un montón de cosas.
    —Este es el espíritu que me gusta —volvió a decir el director—. Demos
una vueltecita. Cuénteselo usted todo, Mr. Foster.
    Y Mr. Foster se lo contó todo.
    Les habló del embrión que se desarrollaba en su lecho de peritoneo. Les
dio a probar el rico sucedáneo de la sangre con que se alimentaba. Les
explicó por qué había de estimularlo con placentina y tiroxina. Les habló
del extracto de corpus luteum. Les enseñó las mangueras por medio de las
cuales dicho extracto era inyectado automáticamente cada doce metros,
desde cero hasta 2040. Habló de las dosis gradualmente crecientes de
pituitaria administradas durante los noventa y seis metros últimos del
recorrido. Describió la circulación materna artificial instalada en cada
frasco, en el metro ciento doce, les enseñó el depósito de sucedáneo de la
sangre, la bomba centrífuga que mantenía al líquido en movimiento por
toda la placenta y lo hacía pasar a través del pulmón sintético y el filtro de
los desperdicios. Se refirió a la molesta tendencia del embrión a la anemia,
a las dosis masivas de extracto de estómago de cerdo y de hígado de potro
fetal que, en consecuencia, había que administrar.
    Les enseñó el sencillo mecanismo por medio del cual, durante los dos
últimos metros de cada ocho, todos los embriones eran sacudidos
simultáneamente para que se acostumbraran al movimiento. Aludió a la
gravedad del llamado «trauma de la decantación» y enumeró las
precauciones que se tomaban para reducir al mínimo, mediante el adecuado
entrenamiento del embrión envasado, tan peligroso shock. Les habló de las
pruebas de sexo llevadas a cabo en los alrededores del metro doscientos.
    Explicó el sistema de etiquetaje: una T para los varones, un círculo para las
hembras, y un signo de interrogación negro sobre fondo blanco para los
destinados a hermafroditas.
    —Porque, desde luego —dijo Mr. Foster—, en la gran mayoría de los
casos la fecundidad no es más que un estorbo. Un solo ovario fértil de cada
mil doscientos bastaría para nuestros propósitos. Pero queremos poder
elegir a placer. Y, desde luego, conviene siempre dejar un buen margen de
seguridad. Por esto permitimos que hasta un treinta por ciento de embriones
hembra se desarrollen normalmente. A los demás les administramos una
dosis de hormona sexual femenina cada veinticuatro metros durante lo que
les queda de trayecto. Resultado: son decantados como hermafroditas,
completamente normales en su estructura, excepto —tuvo que reconocer—
que tienen una ligera tendencia a echar barba, pero estériles. Con una
esterilidad garantizada. Lo cual nos conduce por fin —prosiguió Mr. Foster
— fuera del reino de la mera imitación servil de la Naturaleza para pasar al
mundo mucho más interesante de la invención humana.
    Se frotó las manos. Porque, desde luego, ellos no se limitaban
meramente a incubar embriones; cualquier vaca podría hacerlo.
    —También predestinamos y condicionamos. Decantamos nuestros críos
como seres humanos socializados, como Alfas o Epsilones, como futuros
poceros o futuros… —Iba a decir «futuros Interventores Mundiales», pero
rectificando a tiempo, dijo—… futuros Directores de Incubadoras.
    El director agradeció el cumplido con una sonrisa.
    Pasaban en aquel momento por el metro 320 del Estante n.º 11. Un
joven Beta-Menos, un mecánico, estaba atareado con un destornillador y
una llave inglesa, trabajando en la bomba de sucedáneo de la sangre de una
botella que pasaba. Cuando dio vuelta a las tuercas, el zumbido del motor
eléctrico se hizo un poco más grave. Bajó más aún, y un poco más… Otra
vuelta a la llave inglesa, una mirada al contador de revoluciones, y terminó
su tarea. El hombre retrocedió dos pasos en la hilera e inició el mismo
proceso en la bomba del frasco siguiente.
    —Está reduciendo el número de revoluciones por minuto —explicó Mr.
Foster—. El sucedáneo circula más despacio; por consiguiente, pasa por el
pulmón a intervalos más largos; por tanto, aporta menos oxígeno al
embrión. No hay nada como la escasez de oxígeno para mantener a un
embrión por debajo de lo normal.
    Y volvió a frotarse las manos.
    —¿Y para qué quieren mantener a un embrión por debajo de lo normal?
—preguntó un estudiante ingenuo.
    —¡Estúpido! —exclamó el director, rompiendo un largo silencio—.
¿No se le ha ocurrido pensar que un embrión de Epsilon debe tener un
ambiente Epsilon y una herencia Epsilon también?
    Evidentemente, no se le había ocurrido. Quedó abochornado.
    —Cuanto más baja es la casta —dijo Mr. Foster—, se le da menos
oxígeno. El primer órgano afectado es el cerebro. Después el esqueleto. Al
setenta por ciento del oxígeno normal se consiguen enanos. A menos del
setenta, monstruos sin ojos. Que no sirven para nada —concluyó Mr. Foster
—. En cambio (y su voz adquirió un tono confidencial y excitado), si
lograran descubrir una técnica para abreviar el período de maduración, ¡qué
gran triunfo, qué gran beneficio para la sociedad! Consideren si no al
caballo.
    Todos lo consideraron.
    —El caballo alcanza la madurez a los siete años; el elefante, a los diez.
En tanto que el hombre, a los trece años aún no está sexualmente maduro, y
solo a los veinte alcanza el pleno conocimiento. De ahí la inteligencia
humana, fruto de este desarrollo retardado. Pero en los Epsilones —dijo Mr.
Foster, muy acertadamente— no necesitamos inteligencia humana.
    No la necesitaban, y no la «fabricaban». Pero, aunque la mente de un
Epsilon alcanzaba la madurez a los diez años, el cuerpo del Epsilon no era
apto para el trabajo hasta los dieciocho. Largos años de inmadurez superflua
y perdida. Si el desarrollo físico pudiera acelerarse hasta que fuera tan
rápido, digamos, como el de una vaca, ¡qué enorme ahorro para la
comunidad!
    —¡Enorme! —murmuraron los estudiantes.
    El entusiasmo de Mr. Foster era contagioso.
    Después se puso más técnico; habló de una coordinación endocrina
anormal que era la causa de que los hombres crecieran tan lentamente, y
sostuvo que esta anormalidad se debía a una mutación germinal. ¿Cabía
destruir los efectos de esta mutación germinal? ¿Cabía devolver al
individuo Epsilon, mediante una técnica adecuada, a la normalidad de los
perros y de las vacas? Este era el problema.
    Pilkinton, en Mombasa, había producido individuos sexualmente
maduros a los cuatro años y completamente crecidos a los seis y medio. Un
triunfo científico. Pero socialmente inútil. Los hombres y las mujeres de
seis años eran demasiado estúpidos, incluso para realizar el trabajo de un
Epsilon. Y el método era de los del tipo todo o nada; o no se lograba
modificación alguna, o tal modificación era en todos los sentidos. Todavía
estaban luchando por encontrar el compromiso ideal entre adultos de veinte
años y adultos de seis. Y hasta entonces sin éxito.
    Su ronda a través de la luz crepuscular escarlata les había llevado a las
proximidades del metro 170 del Estante 9. A partir de aquel punto, el
Estante 9 estaba cerrado, y los frascos realizaban el resto de su viaje en el
interior de una especie de túnel, interrumpido de vez en cuando por unas
aberturas de dos o tres metros de anchura.
    —Condicionamiento con respecto al calor —explicó Mr. Foster.
    Túneles calientes alternaban con túneles fríos. El frío se aliaba a la
incomodidad en la forma de intensos rayos X. En el momento de su
decantación, los embriones sentían horror por el frío. Estaban predestinados
a emigrar a los trópicos, a ser mineros, tejedores de seda al acetato o
metalúrgicos. Más adelante, enseñarían a sus mentes a apoyar el criterio de
su cuerpo.
    —Nosotros los condicionamos de modo que tiendan hacia el calor —
concluyó Mr. Foster—. Y nuestros colegas de arriba les enseñarán a amarlo.
    —Y este —intervino el director sentenciosamente—, este es el secreto
de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo
condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable
destino social.
    En un boquete entre dos túneles, una enfermera introducía una jeringa
larga y fina en el contenido gelatinoso de un frasco que pasaba. Los
estudiantes y sus guías permanecieron observándola unos momentos.
—Muy bien, Lenina —dijo Mr. Foster cuando, al fin, la joven retiró la
jeringa y se incorporó.
    La muchacha se volvió, sobresaltada. A pesar del lapsus y de los ojos de
púrpura, se advertía que era excepcionalmente hermosa.
    Su sonrisa, roja también, voló hacia él, en una hilera de coralinos
dientes.
    —Encantadora, encantadora —murmuró el director.
    Y, dándole una o dos palmaditas, recibió en correspondencia una sonrisa
deferente, a él destinada.
    —¿Qué les da? —preguntó Mr. Foster, procurando adoptar un tono
estrictamente profesional.
    —Lo de siempre: el tifus y la enfermedad del sueño.
    —Los trabajadores del trópico empiezan a ser inoculados en el metro
150 —explicó Mr. Foster a los estudiantes—. Los embriones todavía tienen
agallas. Inmunizamos al pez contra las enfermedades del hombre futuro. —
Luego, volviéndose a Lenina, añadió—: A las cinco menos diez, en el
tejado, esta tarde, como de costumbre.
    —Encantadora —dijo el director una vez más.
    Y, con otra palmadita, se alejó en pos de los otros.
    En el estante número 10, hileras de la próxima generación de obreros
químicos eran sometidos a un tratamiento para acostumbrarlos a tolerar el
plomo, la sosa cáustica, el asfalto, la clorina… El primero de una hornada
de doscientos cincuenta mecánicos de cohetes aéreos en embrión pasaba en
aquel momento por el metro mil cien del estante 3. Un mecanismo especial
mantenía sus envases en constante rotación.
    —Para mejorar su sentido del equilibrio —explicó Mr. Foster—.
Efectuar reparaciones en el exterior de un cohete en el aire es una tarea
complicada. Cuando están de pie, reducimos la circulación hasta casi
matarlos, y doblamos el flujo del sucedáneo de la sangre cuando están
cabeza abajo. Así aprenden a asociar esta posición con el bienestar; de
hecho, solo son felices de verdad cuando están así. Y ahora —prosiguió Mr.
Foster—, me gustaría enseñarles algún condicionamiento interesante para
intelectuales Alfa-Más. Tenemos un nutrido grupo de ellos en el estante
número 5. Es el nivel de la Primera Galería —gritó a dos muchachos que
habían empezado a bajar a la planta—. Están por los alrededores del metro
900 —explicó—. No se puede efectuar ningún condicionamiento intelectual
eficaz hasta que el feto ha perdido la cola.
    Pero el director había consultado su reloj.
    —Las tres menos diez —dijo—. Me temo que no habrá tiempo para los
embriones intelectuales. Debemos subir a las Guarderías antes de que los
niños despierten de la siesta de la tarde.
    Mr. Foster pareció decepcionado.
    —Al menos, una mirada a la Sala de Decantación —imploró.
    —Bueno, está bien. —El director sonrió con indulgencia—. Pero solo
una ojeada.

    

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  1. Me costó un poco entrar en la historia, muchas explicaciones "cientificas" y números. Se me venía a la mente esa frase de los activismos feministas: "la biologia no es destino", y bueno en esta distopía es todo lo contrario.
    La ciencia en manos de la falta de ética en un contexto de capitalismo salvaje: "La produccion en masa aplicado a la biología". Se buscó por medio de la manipulación genética y la incubación que "cada uno amé el destino social de que no podrá librarse".
    Lo que mas me perturbó es cuando explica que a algunos embriones le dan menos oxígeno para que no desarrollen el cerebro ni la inteligencia y por tanto cumplan su rol asignado sin cuestionarlo. Escalofrios.
    Todavía no termino de dimensionar como funciona la sociedad que plantea Huxley habiendo tantas personas identicas y manipuladas. Sigo con el cap siguiente..

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    1. Es un primer capítulo un poco difícil, creo. Pero a la vez, usa ese recurso de ir mostrando a gente que no lo sabe o que está ahí por primera vez, cómo funcionan las cosas. Y en ese recorrido entramos lxs lectorxs.
      Me perturba la creación de humanos predestinados a determinadas tareas y la idea de que van a amar la "clase" a la que pertenezcan, eso que decías del destino social de que no pueden escapar.
      También marqué "Comunidad, Identidad, Estabilidad", que parece ser el lema de esta sociedad, así como en 1984 tenían "La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza". Mencionaré el lema de Argentina 2024 porque quiero leer esto en unos años y recordar al detalle lo nefasta que fue esta época. 2024: “Año de la Defensa de la Vida, la Libertad y la Propiedad".

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    2. Uf, no recordaba el lema de Argentina 2024, es increíble la distancia que estoy necesitando tomar del contexto actual. Ya necesito que el novelista de esta distopía que vivimos la corte de una vez, ja. Sigo con el capítulo 2!

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    3. Un horror cuando leí esto en las comunicaciones oficiales : “Año de la Defensa de la Vida, la Libertad y la Propiedad". Ya te dabas cuenta a que nos ateníamos.
      Y si Gise, crudo también lo de obligarlos a pertenecer a un destino y amarlo. Casi como la matrix.

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  2. No me esperaba que el primer capítulo fuera recorriendo un laboratorio pero estuvo bien que nos den un pantallazo general del mundo en el que nos estamos metiendo. Espero que en el segundo capítulo, donde aparentemente continúa el recorrido, haya menos ciencia y más presentación de personajes.

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    1. Me pasa lo mismo. Me costó mucho este primer capítulo. Quiero más desarrollo de la historia. Paciencia, me digo... También me quedo pensando en que estoy acostumbrada a leer novelas contemporáneas y estas que son un poco más viejitas me cuestan más.

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  3. Estoy contenta de haber empezado con esta lectura que tenía pendiente hace muchos años. Entré al libro un poco a ciegas, sin recordar su argumento y me sorprendió el inicio y dónde se sitúa esta narración.
    Estoy terminando de ver El cuento de la criada y enseguida hice el paralelismo sobre la reproducción y creación de niñxs desde la religión y desde la ciencia en el caso de Un mundo feliz. Esta noche sigo con el capítulo 2.

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    1. Pareciera que las distopías manejan varios puntos de contacto, está buenísimo cómo vamos conectando lecturas/series/pelis

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    2. Yo también estoy viendo El cuento de la criada y lo relacioné!

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  4. Leí por primera vez Un Mundo Feliz cuando tenía 15 años y desde ese momento Huxley se convirtió en una referencia intelectual y filosófica en mi vida. Me entusiasma mucho retomar la lectura, revisitar el texto y comparar lo original con lo que recuerdo, lo que me impactó con 15 años en plenos años 90, y ahora con esta actualidad aterradoramente distópica.
    En este primer capitulo las explicaciones se hacen un poco densas, pero al mismo tiempo te generan esa idea de que todo es muy científico, funcional y calculado.
    Al director (D.I.C.) le puse la cara y los gestos del vocero presidencial, por su actitud algo sobradora, orgullosa y de empleado del mes... y a los estudiantes me los imaginaba como un grupito de trolls libertarios.
    La estética del lugar en mi cabeza se me hace algo retro y con aire de película de scifi de los 70...

    - Bokanowskyficación: no me acordaba que se llamaba así. Me resulta inspiradora la idea de la capacidad de la natural de la célula de brotar cuando se le detiene el crecimiento... casi como si fuera un mandato divino. También pensé en los perros bokanowskyficados del presidente.

    - Técnica de Podnasp: la forma de acortar los tiempos de maduración de los óvulos como método para forzar y apurar el proceso natural... y producir "aquí y ahora" los humanos necesarios.
    Pienso en el tiempo, el derecho al tiempo natural, el tiempo no apurado de María Elena, en cómo el tiempo mecánico nos aleja del tiempo natural de la vida y los proceso... Y en ese mundo de la Era Fordiana todo está mecanizado en pos de la estabilidad que permita una mayor producción y consumo... y todo eso como ideal de PROGRESO, económico por supuesto.
    Cuando habla de la fecundidad de los óvulos, otra vez trae este idea de la invención humana superando a la naturaleza

    - Acondicionamiento social: -"el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que hay obligación de hacer. Que cada uno ame el destino social, del que no podrá librarse"
    Estos días se estuvo hablando mucho de movilidad social... y apunta a eso... la estabilidad requiere de que nadie quiera moverse de donde se le puso y donde se lo necesita. Suprimir el deseo.
    Otro punto que se me viene a la mente es el de la imposición de la felicidad, pero eso ya se va a ir desarrollando en profundidad cuando llegue el SOMA

    - Por último: Aparece Lenina!!!

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    1. También lo leí hace tiempo, quizás a los 20 y algo que me sorprende es la capacidad de atención que tenía para encarar clásicos como éste y otros más complejos. Aguante el club y poder retomarlos.
      Me mató lo de los perros del presidente.

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