1984 - Tercera parte - Capítulo VI + Apéndice (final)

 


¡Hola! Llegamos al final de esta etapa, con el último capítulo de "1984" y el Apéndice.

¡Qué alegría llegar hasta acá! Comenzamos con la lectura el 1 de enero, subimos 2 capítulos semanales  y en cada entrada algún detalle o información que consideramos relevante para quienes estábamos leyendo: adaptaciones de la novela, ilustraciones, cuadros, comics, música, películas, otras novelas... Impresionante todo lo que ha inspirado "1984" a lo largo de los años.

Gracias a quienes llegaron hasta aquí, hayan o no completado la lectura. Siempre da felicidad encontrarnos con otrxs a perseguir objetivos comunes.

Espero que próximamente nos encontremos para leer alguna otra distopía para pensarla a la luz de estos tiempos.

Por mi parte, el final de "1984" me desalentó muchísimo, como si la posible redención de Winston pudiera ser también la de todxs nosotrxs. Pero no quiero decir mucho, si no lo han leído... aquí debajo está.

Como en todas las entradas, debajo les dejo la lista de links que logramos juntar entre lxs participantes del Club. Inagotable material para seguir revisitando la novela. ¡Recomiendo!

Ya tengo ganas de empezar "Un mundo feliz", de Huxley. Aunque su título no engaña a nadie ;)

Gracias especialmente a @elbestjuego por acompañar con su lectura atenta estas intervenciones.

¡Un abrazo a todxs!



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Imagen: @elbestjuego + Bing


Parte tercera - Capítulo VI


    El Nogal estaba casi vacío. Un rayo de sol entraba por una ventana y caía,
amarillento, sobre las polvorientas mesas. Era la solitaria hora de las
quince. Las telepantallas emitían una musiquilla ligera.
    Winston, sentado en su rincón de costumbre, contemplaba un vaso
vacío. De vez en cuando levantaba la mirada a la cara que le miraba
fijamente desde la pared de enfrente. EL GRAN HERMANO TE VIGILA,
decía el letrero. Sin que se lo pidiera, un camarero se acercó a llenarle el
vaso con ginebra de la Victoria, echándole también unas cuantas gotas de
otra botella que tenía un tubito atravesándole el tapón. Era sacarina
aromatizada con clavo, la especialidad de la casa.
    Winston escuchaba la telepantalla. Sólo emitía música, pero había la
posibilidad de que de un momento a otro diera su comunicado el Ministerio
de la Paz. Las noticias del frente africano eran muy intranquilizadoras.
    Winston había estado muy preocupado todo el día por esto. Un ejército
eurasiático (Oceanía estaba en guerra con Eurasia; Oceanía había estado
siempre en guerra con Eurasia) avanzaba hacia el sur con aterradora
velocidad. El comunicado de mediodía no se había referido a ninguna zona
concreta, pero probablemente a aquellas horas se lucharía ya en la
desembocadura del Congo. Brazzaville y Leopoldville estaban en peligro.
    No había que mirar ningún mapa para saber lo que esto significaba. No era
sólo cuestión de perder el África Central. Por primera vez en la guerra, el
territorio de Oceanía se veía amenazado.
    Una violenta emoción, no exactamente miedo, sino una especie de
excitación indiferenciada, se apoderó de él, para luego desaparecer. Dejó de
pensar en la guerra. En aquellos días no podía fijar el pensamiento en

ningún tema más que unos momentos. Se bebió el vaso de un golpe. Como
siempre, le hizo estremecerse e incluso sentir algunas arcadas.
    El líquido era horrible. El clavo y la sacarina, ya de por sí repugnantes,
no podían suprimir el aceitoso sabor de la ginebra, y lo peor de todo era que
el olor de la ginebra, que le acompañaba día y noche, iba inseparablemente
unido en su mente con el olor de aquellas…
    Nunca las nombraba, ni siquiera en sus más recónditos pensamientos.
Era algo de que Winston tenía una confusa conciencia, un olor que llevaba
siempre pegado a la nariz. La ginebra le hizo eructar. Había engordado
desde que lo soltaron, recobrando su antiguo buen color, que incluso se le
había intensificado. Tenía las facciones más bastas, la piel de la nariz y de
los pómulos era rojiza y rasposa, e incluso su calva tenía un tono demasiado
colorado. Un camarero, también sin que él se lo hubiera pedido, le trajo el
tablero de ajedrez y el número del
Times correspondiente a aquel día,
doblado de manera que estuviese a la vista el problema de ajedrez. Luego,
viendo que el vaso de Winston estaba vacío, le trajo la botella de ginebra y
lo llenó. No había que pedir nada. Los camareros conocían las costumbres
de Winston. El tablero de ajedrez le esperaba siempre, y siempre le
reservaban la mesa del rincón. Aunque el café estuviera lleno, tenía aquella
mesa libre, pues nadie quería que lo vieran sentado demasiado cerca de él.
Nunca se preocupaba de contar sus bebidas. A intervalos irregulares le
presentaban un papel sucio que le decían era la cuenta, pero Winston tenía
la impresión de que siempre le cobraban más de lo debido. No le importaba.
Ahora siempre le sobraba dinero. Le habían dado un cargo, una ganga
donde cobraba mucho más que en su antigua colocación.
    La música de la telepantalla se interrumpió y sonó una voz. Winston
levantó la cabeza para escuchar. Pero no era un comunicado del frente; sólo
un breve anuncio del Ministerio de la Abundancia. En el trimestre pasado,
ya en el décimo Plan Trienal, la cantidad de cordones para los zapatos que
se pensó producir había sido sobrepasada en un noventa y ocho por ciento.
    Estudió el problema de ajedrez y colocó las piezas. Era un final
ingenioso. «Juegan las blancas y mate en dos jugadas». Winston miró el
retrato del Gran Hermano. Las blancas siempre ganan, pensó con un
confuso misticismo. Siempre, sin excepción; está dispuesto así. En ningún

problema de ajedrez, desde el principio del mundo, han ganado las negras
ninguna vez. ¿Acaso no simbolizan las blancas el invariable triunfo del
Bien sobre el Mal? El enorme rostro miraba a Winston con su poderosa
calma. Las blancas siempre ganan.
    La voz de la telepantalla se interrumpió y añadió en un tono diferente y
mucho más grave: «Estad preparados para escuchar un importante
comunicado a las quince treinta. ¡Quince treinta! Son noticias de la mayor
importancia. Cuidado con no perdérselas. ¡Quince treinta!». La musiquilla
volvió a sonar.
    A Winston le latió el corazón con más rapidez. Sería el comunicado del
frente; su instinto le dijo que habría malas noticias. Durante todo el día
había pensado con excitación en la posible derrota aplastante en África. Le
parecía estar viendo al ejército eurasiático cruzando la frontera que nunca
había sido violada y derramándose por aquellos territorios de Oceanía como
una columna de hormigas. ¿Cómo no había sido posible atacarlos por el
flanco de algún modo? Recordaba con toda exactitud el dibujo de la costa
occidental africana. Cogió una pieza y la movió en el ajedrez.
Aquél era el
sitio adecuado. Pero a la vez que veía la horda negra avanzando hacia el
Sur, vio también otra fuerza, misteriosamente reunida, que de repente había
cortado por la retaguardia todas las comunicaciones terrestres y marítimas
del enemigo. Sentía Winston como si por la fuerza de su voluntad estuviera
dando vida a esos ejércitos salvadores. Pero había que actuar con rapidez.
Si el enemigo dominaba toda el África, si lograban tener aeródromos y
bases de submarinos en El Cabo, cortarían a Oceanía en dos. Esto podía
significarlo todo: la derrota, una nueva división del mundo, la destrucción
del Partido. Winston respiró hondamente. Sentía una extraordinaria mezcla
de sentimientos, pero en realidad no era una mezcla sino una sucesión de
capas o estratos de sentimientos en que no se sabía cuál era la capa
predominante.
    Le pasó aquel sobresalto. Volvió a poner la pieza en su sitio, pero por un
instante no pudo concentrarse en el problema de ajedrez. Sus pensamientos
volvieron a vagar. Casi conscientemente trazó con su dedo en el polvo de la
mesa:

    2 + 2 =
    «Dentro de ti no pueden entrar nunca», le había dicho Julia. Pues, sí,
podían penetrar en uno. «Lo que te ocurre aquí es
para siempre», le había
dicho O’Brien. Eso era verdad. Había cosas, los actos propios, de las que no
era posible rehacerse. Algo moría en el interior de la persona; algo se
quemaba, se cauterizaba. Winston la había visto, incluso había hablado con
ella. Ningún peligro había en esto. Winston sabía instintivamente que ahora
casi no se interesaban por lo que él hacía. Podía haberse citado con ella si lo
hubiera deseado. Esa única vez se habían encontrado por casualidad. Fue en
el Parque, un día muy desagradable de marzo en que la tierra parecía hierro
y toda la hierba había muerto. Winston andaba rápidamente contra el viento,
con las manos heladas y los ojos acuosos, cuando la vio a menos de diez
metros de distancia. En seguida le sorprendió que había cambiado de un
modo indefinible. Se cruzaron sin hacerse la menor señal. Él se volvió y la
siguió, pero sin un interés desmedido. Sabía que ya no había peligro, que
nadie se interesaba por ellos. Julia no le hablaba. Siguió andando en
dirección oblicua sobre el césped, como si tratara de librarse de él, y luego
pareció resignarse a llevarlo a su lado. Por fin, llegaron bajo unos arbustos
pelados que no podían servir ni para esconderse ni para protegerse del
viento. Allí se detuvieron. Hacía un frío molestísimo. El viento silbaba
entre las ramas. Winston le rodeó la cintura con un brazo.
    No había telepantallas, pero debía de haber micrófonos ocultos.
Además, podían verlos desde cualquier parte. No importaba; nada
importaba. Podrían haberse echado sobre el suelo y hacer
eso si hubieran
querido. Su carne se estremeció de horror tan sólo al pensarlo. Ella no
respondió cuando la agarró del brazo, ni siquiera intentó desasirse. Ya sabía
Winston lo que había cambiado en ella. Tenía el rostro más demacrado y
una larga cicatriz, oculta en parte por el cabello, le cruzaba la frente y la
sien; pero el verdadero cambio no radicaba en eso. Era que la cintura se le
había ensanchado mucho y toda ella estaba rígida. Recordó Winston como
una vez después de la explosión de una bomba cohete había ayudado a
sacar un cadáver de entre unas ruinas y le había asombrado no sólo su
increíble peso, sino su rigidez y lo difícil que resultaba manejarlo, de modo

que más parecía piedra que carne. El cuerpo de Julia le producía ahora la
misma sensación. Se le ocurrió pensar que la piel de esta mujer sería ahora
de una contextura diferente.
    No intentó besarla ni hablaron. Cuando marchaban juntos por el césped,
lo miró Julia a la cara por primera vez. Fue sólo una mirada fugaz, llena de
desprecio y de repugnancia. Se preguntó Winston si esta aversión procedía
sólo de sus relaciones pasadas, o si se la inspiraba también su desfigurado
rostro y el agüilla que le salía de los ojos. Sentáronse en dos sillas de hierro
uno al lado del otro, pero no demasiado juntos. Winston notó que Julia
estaba a punto de hablar. Movió unos cuantos centímetros el basto zapato y
aplastó con él una rama. Su pie parecía ahora más grande, pensó Winston.
    Julia, por fin, dijo sólo esto:
    —Te traicioné.
    —Yo también te traicioné —dijo él.
    Julia lo miró otra vez con disgusto. Y dijo:
    —A veces te amenazan con algo…, algo que no puedes soportar, que ni
siquiera puedes imaginarte sin temblar. Y entonces dices: «No me lo hagas
a mí, házselo a otra persona, a Fulano de Tal». Y quizá pretendas, más
adelante, que fue sólo un truco y que lo dijiste únicamente para que dejaran
de martirizarte y que no lo pensabas de verdad. Pero, no. Cuando ocurre eso
se desea de verdad y se desea que a la otra persona se lo hicieran. Crees
entonces que no hay otra manera de salvarte y estás dispuesto a salvarte así.
    Deseas de todo corazón que eso tan terrible le ocurra a la otra persona y no
a ti. No te importa en absoluto lo que pueda sufrir. Sólo te importas
entonces tú mismo.
    —Sólo te importas entonces tú mismo —repitió Winston como un eco.
    —Y después de eso no puedes ya sentir por la otra persona lo mismo
que antes.
    —No —dijo él—, no se siente lo mismo.
    No parecían tener más que decirse. El viento les pegaba a los cuerpos
sus ligeros «monos». A los pocos instantes les producía una sensación
embarazosa seguir allí callados. Además, hacía demasiado frío para estarse
quietos. Julia dijo algo sobre que debía coger el Metro y se levantó para
marcharse.

    —Tenemos que vernos otro día —dijo Winston.
    —Sí, tenemos que vernos —dijo ella.
    Winston, irresoluto, la siguió un poco. Iba a unos pasos detrás de ella.
No volvieron a hablar. Aunque Julia no le dijo que se apartara, andaba muy
rápida para evitar que fuese junto a ella. Winston se había decidido a
acompañarla a la estación del Metro, pero de repente se le hizo un mundo
tener que andar con tanto frío. Le parecía que aquello no tenía sentido. No
era tanto el deseo de apartarse de Julia como el de regresar al café lo que le
impulsaba, pues nunca le había atraído tanto El Nogal como en este
momento. Tenía una visión nostálgica de su mesa del rincón, con el
periódico, el ajedrez y la ginebra que fluía sin cesar. Sobre todo, allí haría
calor. Por eso, poco después y no sólo accidentalmente, se dejó separar de
ella por una pequeña aglomeración de gente. Hizo un desganado intento de
volver a seguirla, pero disminuyó el paso y se volvió, marchando en
dirección opuesta. Cinco metros más allá se volvió a mirar. No había
demasiada circulación, pero ya no podía distinguirla. Julia podría haber sido
cualquiera de doce figuras borrosas que se apresuraban en dirección al
Metro. Es posible que no pudiera reconocer ya su cuerpo tan deformado.
    «Cuando ocurre eso, se desea de verdad», y él lo había pensado en
serio. No solamente lo había dicho, sino que lo había deseado. Había
deseado que fuera ella y no él quien tuviera que soportar a las…
    Se produjo un sutil cambio en la música que brotaba de la telepantalla.
    Apareció una nota humorística, «la nota amarilla». Una voz que quizá no
estuviera sucediendo de verdad, sino que fuera sólo un recuerdo que tomase
forma de sonido cantaba:
    Bajo el Nogal de las ramas extendidas
    yo te vendí y tú me vendiste
.
    Winston tenía los ojos más lacrimosos que de costumbre. Un camarero
que pasaba junto a él vio que tenía vacío el vaso y volvió a llenárselo de la
botella de ginebra.
    Winston olió el líquido. Aquello estaba más repugnante cuanto más lo
bebía, pero era el elemento en que él nadaba. Era su vida, su muerte y su

resurrección. La ginebra lo hundía cada noche en un sopor animal, y
también era la ginebra lo que le hacía revivir todas las mañanas. Al
despertarse —rara vez antes de las once con los párpados pegajosos, una
boca pastosa y la espalda que parecía habérsele partido— le habría sido
imposible echarse abajo de la cama si no hubiera tenido siempre en la mesa
de noche la botella de ginebra y una taza. Durante la mañana se quedaba
escuchando la telepantalla con una expresión pétrea y la botella siempre a
mano. Desde las quince hasta la hora de cerrar, se pasaba todo el tiempo en
El Nogal. Nadie se preocupaba de lo que hiciera, no le despertaba ningún
silbato ni le dirigía advertencias la telepantalla. Dos veces a la semana iba a
un despacho polvoriento, que parecía un rincón olvidado, en el Ministerio
de la Verdad, y trabajaba un poco, si a aquello podía llamársele trabajo.
    Había sido nombrado miembro de un subcomité de otro subcomité que
dependía de uno de los innumerables subcomités que se ocupaban de las
dificultades de menos importancia planteadas por la preparación de la
undécima edición del Diccionario de Neolengua. En aquel despacho se
dedicaban a redactar algo que llamaban el informe provisional, pero
Winston nunca había llegado a enterarse de qué tenían que informar. Tenía
alguna relación con la cuestión de si las comas deben ser colocadas dentro o
fuera de las comillas. Había otros cuatro en el subcomité, todos en situación
semejante a la de Winston. Algunos días se marchaban apenas se habían
reunido después de reconocer sinceramente que no había nada que hacer.
    Pero otros días se ponían a trabajar casi con encarnizamiento haciendo
grandes alardes de aprovechamiento del tiempo redactando largos informes
que nunca terminaban. En esas ocasiones discutían sobre cuál era el asunto
sobre cuya discusión se les había encargado y esto les llevaba a
complicadas argumentaciones y sutiles distingos con interminables
digresiones, peleas, amenazas e incluso recurrían a las autoridades
superiores. Pero de pronto parecía retirárselas la vida y se quedaban
inmóviles en torno a la mesa mirándose unos a otros con ojos apagados
como fantasmas que se esfuman con el canto del gallo.
    La telepantalla estuvo un momento silenciosa. Winston levantó la
cabeza otra vez. ¡El comunicado! Pero no, sólo era un cambio de música.
    Tenía el mapa de África detrás de los párpados, el movimiento de los

ejércitos que él imaginaba era este diagrama; una flecha negra dirigiéndose
verticalmente hacia el Sur y una flecha blanca en dirección horizontal, hacia
el Este, cortando la cola de la primera. Como para darse ánimos, miró el
imperturbable rostro del retrato. ¿Podía concebirse que la segunda flecha no
existiera?
    Volvió a aflojársele el interés. Bebió más ginebra, cogió la pieza blanca
e hizo un intento de jugada. Pero no era aquélla la jugada acertada,
porque…
    Sin quererlo, le flotó en la memoria un recuerdo. Vio una habitación
iluminada por la luz de una vela con una gran cama de madera clara y él, un
chico de nueve o diez años que estaba sentado en el suelo agitando un
cubilete de dados y riéndose excitado. Su madre estaba sentada frente a él y
también se reía. Aquello debió de ocurrir un mes antes de desaparecer ella.
    Fueron unos momentos de reconciliación en que Winston no sentía aquel
hambre imperiosa y le había vuelto temporalmente el cariño por su madre.
    Recordaba bien aquel día, un día húmedo de lluvia continua. El agua
chorreaba monótona por los cristales de las ventanas y la luz del interior era
demasiado débil para leer. El aburrimiento de los dos niños en la triste
habitación era insoportable. Winston gimoteaba, pedía inútilmente que le
dieran de comer, recorría la habitación revolviéndolo todo y dando patadas
hasta que los vecinos tuvieron que protestar. Mientras, su hermanita lloraba
sin parar. Al final le dijo su madre: «Sé bueno y te compraré un juguete. Sí,
un juguete precioso que te gustará mucho». Y había salido a pesar de la
lluvia para ir a unos almacenes que estaban abiertos a esa hora y volvió con
una caja de cartón conteniendo el juego llamado «De las serpientes y las
escaleras». Era muy modesto. El cartón estaba rasgado y los pequeños
dados de madera, tan mal cortados que apenas se sostenían. Winston
recordaba el olor a humedad del cartón. Había mirado el juego de mal
humor. No le interesaba gran cosa. Pero entonces su madre encendió una
vela y se sentaron en el suelo a jugar. Jugaron ocho veces ganando cuatro
cada uno. La hermanita, demasiado pequeña para comprender de qué
trataba el juego, miraba y se reía porque los veía reír a ellos dos. Habían
pasado la tarde muy contentos, como cuando él era más pequeño.

    Apartó de su mente estas imágenes. Era un falso recuerdo. De vez en
cuando le asaltaban falsos recuerdos. Esto no importaba mientras que se
supiera lo que era. Winston volvió a fijar la atención en el tablero de
ajedrez, pero casi en el mismo instante dio un salto como si lo hubieran
pinchado con un alfiler.
    Un agudo trompetazo perforó el aire. Era el comunicado, ¡victoria!;
siempre significaba victoria la llamada de la trompeta antes de las noticias.
    Una especie de corriente eléctrica recorrió a todos los que se hallaban en el
café. Hasta los camareros se sobresaltaron y aguzaron el oído.
    La trompeta había dado paso a un enorme volumen de ruido. Una voz
excitada gritaba en la telepantalla, pero apenas había empezado fue ahogada
por una espantosa algarabía en las calles. La noticia se había difundido
como por arte de magia. Winston había oído lo bastante para saber que todo
había sucedido como él lo había previsto: una inmensa armada, reunida
secretamente, un golpe repentino a la retaguardia del enemigo, la flecha
blanca destrozando la cola de la flecha negra. Entre el estruendo se
destacaban trozos de frases triunfales: «Amplia maniobra estratégica…
perfecta coordinación… tremenda derrota medio millón de prisioneros…
completa desmoralización… controlamos el África entera. La guerra se
acerca a su final… victoria… la mayor victoria en la historia de la
Humanidad. ¡Victoria, victoria, victoria!».
    Bajo la mesa, los pies de Winston hacían movimientos convulsivos. No
se había movido de su asiento, pero mentalmente estaba corriendo,
corriendo a vertiginosa velocidad, se mezclaba con la multitud, gritaba
hasta ensordecer. Volvió a mirar el retrato del Gran Hermano. ¡Aquél era el
coloso que dominaba el mundo! ¡La roca contra la cual se estrellaban en
vano las hordas asiáticas! Recordó que sólo hacía diez minutos —sí, diez
minutos tan sólo—, todavía se equivocaba su corazón al dudar si las
noticias del frente serían de victoria o de derrota. ¡Ah, era más que un
ejército eurasiático lo que había perecido! Mucho había cambiado en él
desde aquel primer día en el Ministerio del Amor, pero hasta ahora no se
había producido la cicatrización final e indispensable, el cambio salvador.
    La voz de la telepantalla seguía enumerando el botín, la matanza, los
prisioneros, pero la gritería callejera había amainado un poco. Los

camareros volvían a su trabajo. Uno de ellos acercó la botella de ginebra.
Winston, sumergido en su feliz ensueño, no prestó atención mientras le
llenaban el vaso. Ya no se veía corriendo ni gritando, sino de regreso al
Ministerio del Amor, con todo olvidado, con el alma blanca como la nieve.
    Estaba confesándolo todo en un proceso público, comprometiendo a todos.
    Marchaba por un claro pasillo con la sensación de andar al sol y un guardia
armado lo seguía. La bala tan esperada penetraba por fin en su cerebro.
    Contempló el enorme rostro. Le había costado cuarenta años saber qué
clase de sonrisa era aquella oculta bajo el bigote negro. ¡Qué cruel e inútil
incomprensión! ¡Qué tozudez la suya exilándose a sí mismo de aquel
corazón amante! Dos lágrimas, perfumadas de ginebra, le resbalaron por las
mejillas. Pero ya todo estaba arreglado, todo alcanzaba la perfección, la
lucha había terminado. Se había vencido a sí mismo definitivamente.
    Amaba al Gran Hermano.






APÉNDICE

    Este apéndice fue modificado, incluí entre paréntesis partes de la versión original, ya que se pierde mucho en la traducción al español.


Los principios de neolengua (newspeak)

    Neolengua era la lengua oficial de Oceanía y fue creada para solucionar las
necesidades ideológicas del Ingsoc o Socialismo Inglés. En el año 1984 aún
no había nadie que utilizara la neolengua como elemento único de
comunicación, ni hablado ni escrito. Los editoriales del
Times estaban
escritos en neolengua, pero era un
tour de force que solamente un
especialista podía llevar a cabo. Se esperaba que la neolengua reemplazara
a la vieja lengua (o inglés corriente, diríamos nosotros) hacia el año 2050.
    Entretanto iba ganando terreno de una manera segura y todos los miembros
del Partido tendían, cada vez más, a usar palabras y construcciones
gramaticales de neolengua en el lenguaje ordinario. La versión utilizada en
1984, comprendida en las ediciones novena y décima del Diccionario de
Neolengua, era provisional, y contenía muchas palabras superfluas y
formaciones arcaicas que más tarde se suprimirían. Aquí nos referiremos a
la última versión, la más perfeccionada, tal como aparece en la undécima
edición del Diccionario.
    La intención de la neolengua no era solamente proveer un medio de
expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del
Ingsoc, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento. Lo que se
pretendía era que una vez la neolengua fuera adoptada de una vez por todas
y la vieja lengua olvidada, cualquier pensamiento herético, es decir, un
pensamiento divergente de los principios del Ingsoc, fuera literalmente
impensable, o por lo menos en tanto que el pensamiento depende de las
palabras. Su vocabulario estaba construido de tal modo que diera la
expresión exacta y a menudo de un modo muy sutil a cada significado que
un miembro del Partido quisiera expresar, excluyendo todos los demás
sentidos, así como la posibilidad de llegar a otros sentidos por métodos

indirectos. Esto se conseguía inventando nuevas palabras y desvistiendo a
las palabras restantes de cualquier significado heterodoxo, y a ser posible de
cualquier significado secundario. Por ejemplo: la palabra
libre aún existía
en neolengua, pero sólo se podía utilizar en afirmaciones como «Este perro
está libre de piojos», o «Este prado está libre de malas hierbas». No se
podía usar en su viejo sentido de «políticamente libre» o «intelectualmente
libre», ya que la libertad política e intelectual ya no existían como
conceptos y por lo tanto necesariamente no tenían nombre. Aparte de la
supresión de palabras definitivamente heréticas, la reducción del
vocabulario por sí sola se consideraba como un objetivo deseable, y no
sobrevivía ninguna palabra de la que se pudiera prescindir. La finalidad de
la neolengua no era aumentar, sino disminuir el área del pensamiento,
objetivo que podía conseguirse reduciendo el número de palabras al mínimo
indispensable.
    La neolengua se basaba en la lengua inglesa tal como ahora la
conocemos, aunque muchas frases de neolengua, incluso sin contener
nuevas palabras, serían apenas inteligibles para el que hablara el inglés
actual. Las palabras de neolengua se dividían en tres clases distintas,
conocidas por los nombres de vocabulario A, vocabulario B (también
llamado de palabras compuestas) y vocabulario C. Lo más simple sería
discutir cada clase separadamente, pero las peculiaridades gramaticales de
la lengua pueden ser tratadas en la sección dedicada al vocabulario A, ya
que las mismas reglas se aplicaban a las tres categorías.
    El vocabulario A: El vocabulario A consistía en las palabras de uso
cotidiano: cosas como comer, beber, trabajar, vestirse, subir y bajar
escaleras, conducir vehículos, cuidar el jardín, cocinar y cosas por el estilo.
    Se componía prácticamente de palabras que ya poseemos —palabras como
golpear, correr, perro, árbol, azúcar, casa, campo—; pero en comparación
con el vocabulario inglés de hoy en día, su número era extremadamente
pequeño, al mismo tiempo que sus significados eran más rigurosamente
restringidos. Todas las ambigüedades y distintas variaciones de significado
habían sido purgadas. En tanto que fuera posible, una palabra de neolengua
de este tipo quedaba reducida simplemente a un sonido preciso que
expresaba un concepto claramente entendido. Hubiera sido totalmente

inconcebible utilizar el vocabulario A para propósitos literarios o para
discusiones políticas o filosóficas. Su intención era la de expresar
pensamientos simples y objetivos, casi siempre relacionados con objetos
concretos o acciones físicas.
    La gramática de la neolengua tenía dos grandes peculiaridades. La
primera era una intercambiabilidad casi total entre las distintas partes de la
oración. Cualquier palabra de la lengua (en principio esto era aplicable
incluso a palabras abstractas como
si o cuando) se podía usar como verbo,
nombre, adjetivo o adverbio. Entre la forma del verbo y la del nombre,
cuando eran de la misma raíz, no había nunca ninguna variación y así esta
regla por sí misma suponía la destrucción de muchas de las formas arcaicas.
    La palabra
pensamiento, por ejemplo, no existía en neolengua. En su lugar
existía
pensar, que hacía la función de verbo y de nombre. Aquí no se
seguía ningún principio etimológico. En otros casos se conservaba el
sustantivo original y en otros casos el verbo. Incluso cuando un nombre y
un verbo de significado parecido no tenían una relación etimológica, con
frecuencia se suprimía el uno o el otro. No existía, por ejemplo, una palabra
como
cortar, ya que su significado quedaba lo suficientemente cubierto por
el nombre-verbo cuchillo. Los adjetivos se formaban añadiendo el sufijo
lleno (-FUL en inglés) al nombre-verbo, y los adverbios añadiendo demodo (-WISE en inglés). Así, por
ejemplo, rápidolleno (SPEEDFUL) quería decir rapidez, y rápidodemodo (SPEEDWISE) significaba
rápidamente. Se conservaron algunos adjetivos de hoy en día como bueno,
fuerte, grande, negro, blando, pero en un número muy reducido. Por otra
parte, su necesidad era mínima, ya que se llegaba a cualquier significado
adjetival añadiendo
lleno a un sustantivo-verbo. No se conservaron ninguno
de los adverbios hoy existentes exceptuando algunos que acababan en
demodo; la terminación
demodo era invariable. La palabra bien, por
ejemplo, se sustituyó por
buenmodo (GOODWISE). Además, a cualquier palabra —y esto,
como principio, se aplicaba a todas las palabras del idioma—, se le daba
sentido de negación añadiendo el prefijo
in (UN- en inglés) o se le daba fuerza con el sufijo
plus, o para aumentar el énfasis, dobleplus (DOUBLEPLUS-). Así por ejemplo, infrío (UNCOLD),
significaba «caliente», mientras que
plusfrío (PLUSCOLD) y dobleplusfrío (DOUBLEPLUSCOLD) significaban respectivamente «muy frío» y «extraordinariamente frío».  También era posible, como en el inglés de hoy en día, modificar el significado de casi todas las palabras con preposiciones afijas como, ante, post, sobre, sub (ANTE-, POST-, UP-, DOWN-), etc.
A base de este método fue posible disminuir enormemente el vocabulario.
    Poniendo por caso la palabra
bueno, ya no habría necesidad de la palabra malo ya que el significado requerido se expresaba tan bien o incluso mejor por inbueno (UNGOOD). Lo único necesario, en el caso de que dos palabras formaran una pareja de significación opuesta, era decidir cuál suprimir. Oscuridad, por ejemplo, podía ser reemplazada por inluz (UNLIGHT) o luz por inoscuro (UNDARK), según lo que se prefiera. La segunda característica de la gramática de la neolengua era su regularidad. Aparte de algunas excepciones abajo mencionadas, todas las inflexiones seguían las mismas reglas. Así, en todos los verbos el pretérito y el participio pasado eran el mismo y terminaban en ed. (En
Inglés. En español acabarían con la misma letra o seguirían como los verbos regulares, ejemplo: robé, hace, pensé, comer, comí. Los ejemplos ingleses robar, pensar en español ya son verbos y no justifican el ejemplo). El pretérito de pensar, pensé, de robar, robé, y así en toda la lengua; todas las
otras formas: mandó, dio, habló, trajo, cogido, etc. fueron abolidas. 

    (Este ejemplo no aplica al español. En inglés diferencia verbos regulares de irregulares: Thus, in all verbs the preterite and the past participle were the same and ended in -ED. The preterite of STEAL was STEALED, the preterite of THINK was THINKED, and so on throughout the language, all such forms as SWAM, GAVE, BROUGHT, SPOKE, TAKEN, etc., being abolished).

Los plurales de hombre, buey, vida eran hombres, bueyes, vidas. (Este ejemplo tampoco aplica al español. En inglés el plural de MAN es MEN, el de OX es OXEN y el de LIFE es LIVES, y en neolengua pasarían a ser MANS, OXES, LIFES).

    (Otro ejemplo intraducible, el de los adjetivos: Comparison of adjectives was invariably made by adding -ER, -EST (GOOD, GOODER, GOODEST), irregular forms and the MORE, MOST formation being suppressed).
    La única clase de palabras a las que todavía se les permitía inflexiones irregulares eran los pronombres, los relativos, los adjetivos demostrativos y los verbos auxiliares. Todos éstos seguían su uso antiguo excepto que «quien» había sido suprimido por innecesario y los tiempos condicionales
de deber, debería, (SHALL, SHOULD) habían caído en desuso ya que habían sido cubiertos por
«haría, habría hecho» (WILL, WOULD). Había también ciertas irregularidades en la formación de palabras creadas por la necesidad del habla fácil y rápida.
    Una palabra que fuese difícil de pronunciar o que podía entenderse incorrectamente, se estimaba
ipso facto una mala palabra; así que ocasionalmente, por la eufonía, se insertaban letras en una palabra o se
conservaba una forma arcaica. Pero esta necesidad tenía más relación sobre todo con el vocabulario B. La razón de la importancia concedida a la facilidad de la pronunciación, se aclarará más tarde en este ensayo.
    El vocabulario B: El vocabulario B consistía en palabras que habían sido construidas deliberadamente con propósitos políticos. Es decir, palabras que no solamente tenían en todos los casos implicaciones políticas sino que además poseían la intención de imponer una deseable actitud
mental en la persona que las utilizaba. Sin una comprensión total de los principios del Ingsoc era difícil usar estas palabras correctamente. En algunos casos se podían traducir a la vieja lengua o incluso a palabras tomadas del vocabulario A, pero ello exigía una larga parrafada y siempre se perdían ciertos énfasis. Las palabras del vocabulario B eran una especie de taquigrafía verbal que a menudo englobaban toda una serie de ideas expresadas en unas pocas sílabas y a la vez con un sentido más exacto y más fuerte que en el lenguaje ordinario. Las palabras B eran en todos los casos palabras compuestas. (Palabras compuestas como «hablarsubir» (SPEAKWRITE en el original) también se encontraban, claro está, en el vocabulario A, pero no eran más que abreviaciones de conveniencia y no tenían ideología de ningún color en especial). Consistían en dos o más palabras juntadas de un modo fácilmente pronunciable. El resultado era siempre un verbo-nombre y se utilizaba según las reglas normales. Pongamos un único ejemplo: la palabra bienpensar (GOODTHINK), que significa de un modo general «ortodoxia», o si uno quiere tomarla como verbo, «pensar de un modo ortodoxo». Su declinación era la siguiente: nombre-verbo, bienpensar; pretérito y participio pasado,
bienpensado (GOODTHINKED); participio presente, bienpensante (GOOD-THINKING); adjetivo, bienpensadolleno (GOODTHINKFUL); adverbio, bienpensadamente (GOODTHIKWISE); nombre verbal, bienpensado (GOODTHINKER).

    Las palabras B no se construían de acuerdo con ningún plan etimológico. Las palabras podían ser de cualquier parte de la lengua, se podían poner en un orden cualquiera y ser mutiladas de modo que las hiciera de fácil pronunciación a la vez que indicaban su derivación. En la palabra crimenpensar (pensamientocrimen) CRIMETHINK (thoughtcrime), por ejemplo, el pensar iba detrás mientras que en pensarpol (THINKPOL) (Policía del Pensamiento) iba primero y en la última palabra, policía había perdido las tres sílabas finales. Dada la dificultad de asegurar la eufonía, las formaciones irregulares eran más comunes en el vocabulario B que en el vocabulario A. Por ejemplo, las formas adjetivadas de Miniver (MINITRUE), Minipax y Minimor (MINILUV) eran, respectivamente, Miniverlleno (MINITRUTHFUL), Minipaxlleno (MINIPEACEFUL) y Minimorlleno (MINILOVELY), simplemente porque verdadlleno (-TRUEFUL), pazlleno (-PAXFUL) y amorlleno (LOVEFUL) eran algo difíciles de pronunciar. 

En principio, de todos modos, todas las palabras B se modulaban del mismo modo.

    Algunas de las palabras B tenían significados muy sutiles, apenas inteligibles para quien no dominara la lengua en su totalidad.
    Consideremos, por ejemplo, una frase típica del editorial del
Times como ésta: «Viejos pensadores incorazonsentir Ingsoc» ( OLDTHINKERS UNBELLYFEEL INGSOC). El modo más sencillo de entender esto en la vieja lengua sería: «Como que se formaron con las ideas de antes de la Revolución, no pueden tener una comprensión emocional de los principios del Socialismo Inglés». Pero ésta no es una traducción adecuada. En primer lugar, para lograr captar el significado de la frase arriba mencionada, habría que tener una idea clara de lo que se entiende por Ingsoc. Y además, sólo una persona totalmente educada en el Ingsoc podía apreciar toda la fuerza de la palabra corazonsentir (BELLYFEEL), que implicaba una ciega y entusiasta aceptación difícil de imaginar hoy; de la palabra viejopensar (OLDTHINK), que estaba inextricablemente mezclada con la idea de maldad y decadencia.
    Pero la función especial de ciertas palabras de neolengua, de las que 
viejopensar era una, no era tanto expresar su significado como destruirlo.
    Estas palabras, pocas en número, por supuesto, habían extendido susignificado hasta el punto de contener, dentro de ellas mismas, toda unaserie de palabras que como quedaban englobadas por un solo término comprensivo, ahora podían ser relegadas y olvidadas. La mayor dificultad con la que se encontraban los compiladores del Diccionario de Neolengua no era inventar nuevas palabras, sino la de precisar, una vez inventadasaquéllas, cuál era su significado. Es decir, precisar qué series de palabras
quedaban invalidadas con su existencia. Tal como ya hemos visto con la palabra
libre, las palabras que en su día hubieran tenido un significado herético, a veces se conservaban por conveniencia pero limpias de los significados indeseables. Innombrables palabras como honor, justicia, moralidad, internacionalismo, democracia, ciencia y religión simplemente habían dejado de existir. Unas cuantas palabras hacían de tapadera y, al encubrirlas, las abolían. Todas las palabras agrupadas bajo los conceptos de libertad e igualdad, por ejemplo, se contenían en una sola, bienpensar, mientras que todas las palabras reunidas bajo los conceptos de objetividad y racionalismo quedaban comprendidas en la única palabra viejopensar.
    Mayor precisión hubiera sido peligrosa. Lo que se requería de un miembro del Partido era un punto de vista similar al de los antiguos hebreos que 
sabían, sin saber mucho más, que todas las naciones aparte de la suya adoraban a «dioses falsos». No necesitaban saber que estos dioses se llamaban Baal, Osiris, Moloch, Ashtaroth, etc. Probablemente cuanto menos supiesen sobre ellos, mejor para su ortodoxia. Conocían a Jehová ysus mandamientos; sabían, por lo tanto, que todos los dioses con otros nombres y atributos eran dioses falsos. De manera parecida, el miembro del Partido sabía lo que constituía la correcta norma de conducta, y de un modo increíblemente vago y general lo que podía apartarle de ella. Su vida sexual, por ejemplo, estaba totalmente regulada por las dos palabras de neolengua sexocrimen (SEXCRIME) (inmoralidad sexual) y buensexo (GOODSEX) (castidad). El sexocrimen cubría infracciones de todo tipo: fornicación, adulterio, homosexualidad y otras perversiones y, además, el coito normal practicado por placer. No había necesidad de nombrarlos separadamente, ya que todos eran igualmente culpables y merecían la muerte. En el vocabulario C, que
consistía en palabras técnicas y científicas, existía la necesidad de dar nombres especializados a ciertas aberraciones sexuales, pero el ciudadano normal no las necesitaba. Éste sabía lo que se quería decir con
buensexo, es decir, el coito normal entre marido y mujer con el solo propósito de engendrar hijos y sin placer físico por parte de la mujer; todo lo demás era sexocrimen. En neolengua era casi imposible seguir un pensamiento herético más allá de la percepción de su carácter herético; a partir de este
punto faltaban las palabras necesarias. Ninguna palabra en el vocabulario B era ideológicamente neutral. Muchas eran eufemismos. Palabras como, por ejemplo,
gozocampo  (JOYCAMP) (campo de trabajos forzados) o Minipax (Ministerio de la Paz, es decir, Ministerio de la Guerra) significaban exactamente lo opuesto de lo que parecían indicar. Algunas palabras, por otro lado, traducían una franca y despreciativa comprensión por la naturaleza real de la sociedad de Oceanía. Por ejemplo, prolealimento (PROLEFEED) significaba la porquería de entretenimiento y falsas noticias que el Partido daba a las masas. Otras palabras además eran ambivalentes, teniendo la connotación de «bueno» cuando eran aplicadas al Partido y de «malo» cuando eran aplicadas al enemigo. Pero además había gran cantidad de palabras que a primera vista parecían meras abreviaciones y que extraían su color ideológico no de su significado sino de su estructura. Hasta donde fuera posible todo lo que pudiera tener un significado político de cualquier tipo entraba en el vocabulario B. Los nombres de organizaciones, grupos de personas, doctrinas, países o instituciones o edificios públicos, habían quedado recortados de forma muy sencilla, es decir, una sola palabra fácilmente pronunciable con el menor número de sílabas y que conservaba la derivación original. En el Ministerio de la Verdad, por ejemplo, el Departamento de Registro donde trabajaba Winston Smith se llamaba Regdep, el Departamento de Ficción se llamaba Ficdep, el Departamento de Teleprogramas se llamaba Teledep, etc. La finalidad no era sólo ganar tiempo. Incluso en las primeras décadas del siglo veinte, las palabras y frases abreviadas habían sido uno de los rasgos característicos del lenguaje político y era notorio que la tendencia a usar abreviaturas de este tipo era más marcada en países y organizaciones totalitarias. Ejemplos de ello son palabras tales como Nazi, Gestapo, Comintern, Imprecorr y Agitrop. Al principio esta práctica se había adoptado instintivamente, pero en neolengua se utilizaba con un propósito consciente. Habían observado que abreviando un nombre se estrechaba y alteraba sutilmente su significado, perdiendo la mayoría de asociaciones de ideas que de otra manera habría mantenido. Las
palabras
Internacional Comunista, por ejemplo, evocan la imagen polifacética de solidaridad humana, banderas rojas, barricadas, Karl Marx y la Comuna de París. La palabra Comintern, por otro lado, sólo sugiere una organización tupida y cerrada, con una doctrina concreta. Se refiere a algo tan fácilmente reconocible y limitado en su propósito como una silla o una mesa. Comintern es una palabra que se puede pronunciar casi sin pensar, mientras que Internacional Comunista, es una frase en la que uno tiene que detenerse por lo menos unos momentos. Del mismo modo, las asociaciones ideológicas que la palabra Miniver evoca son menores y más controlables que las sugeridas por Ministerio de la Verdad. Ésta era la razón del hábito de abreviar siempre que fuera posible, así como también el casi exagerado
cuidado que dedicaban a facilitar la pronunciación de las palabras. En neolengua, la obsesión de la euforia pesaba más que cualquier otra consideración, salvo la exactitud del significado. Si era necesario, siempre se sacrificaba la regularidad de la gramática en aras de la euforia. Y con razón, ya que lo que se requería, sobre todo por razones políticas, eran 
palabras cortas y de significado inequívoco que pudieran pronunciarse rápidamente y que despertaran el mínimo de sugerencias en la mente del parlante. Las palabras del vocabulario B incluso ganaban en fuerza por el hecho de ser tan parecidas. Casi invariablemente estas palabras bienpensarMinipax, prolealimento, sexocrimen, gozocampo, Ingsoc, corazonsentirpensarpol y muchas otras eran palabras de dos o tres sílabas con el acento
tónico igualmente distribuido entre la primera sílaba y la última. Su uso fomentaba una especie de conversación similar a un cotorreo, a la vez roto y monótono; era esto precisamente lo que pretendían. La intención era formar un lenguaje, sobre todo el que versaba sobre materias no neutrales ideológicamente, tan independiente como fuera posible de la conciencia. En asuntos, de la vida cotidiana, sin duda era necesario, o algunas veces necesario, reflexionar antes de hablar, pero un miembro del Partido, llamado a emitir un juicio político o ético, debía ser capaz de disparar las
opiniones correctas tan automáticamente como una ametralladora las balas.
    Su entrenamiento lo preparaba para ello, el lenguaje le daba un instrumento casi infalible y la textura de las palabras, con su sonido duro y una especie de fealdad salvaje de acuerdo con el espíritu del Ingsoc, acababan de completar el proceso. Además contribuía el hecho de tener pocas palabras donde escoger. En relación con el nuestro, el vocabulario de la neolengua era mínimo, y continuamente inventaban nuevos modos de reducirlo. Desde luego, la neolengua difería de la mayoría de otros lenguajes en que su vocabulario se empequeñecía en vez de agrandarse. Cada reducción era una
ganancia, ya que cuanto menor era el área para escoger, más pequeña era la tentación de pensar. En definitiva, se esperaba construir un lenguaje articulado que surgiera de la laringe sin involucrar en absoluto a los centros del cerebro. Este objetivo se explicita francamente en la palabra de neolengua
hablapato (DUCKSPEAK), que significa «cuacuar como un pato» (to quack like a duck); como otras palabras de neolengua, hablapato era de significado ambivalente. Si las opiniones cuacuadas eran ortodoxas, sólo implicaban alabanza y cuando el Times se refería a uno de los oradores del Partido como a un dobleplusbueno cuacuador (DOUBLEPLUSGOOD DUCKSPEAKER) estaba emitiendo un caluroso y valioso cumplido.
    El vocabulario C: El vocabulario C era complementario de los otros dos y contenía totalmente términos científicos y técnicos. Éstos se parecían a los términos científicos en uso hoy en día y procedían de las mismas raíces, pero se tomó el cuidado habitual para definirlos rápidamente, y despojarlos de los significados indeseables. Se atenían a las mismas reglas gramaticales que las palabras de los otros dos vocabularios. Muy pocas palabras C tenían uso en las conversaciones cotidianas o en el lenguaje político. Cualquier científico o técnico podía encontrar todas las palabras necesarias en la lista
dedicada a su especialidad, pero sólo tenía una mínima idea de las palabrasde las otras listas. Solamente unas cuantas palabras eran comunes a todas las listas y no existía un vocabulario que expresase la función de la ciencia como actitud mental o como método intelectual independiente de sus ramas
particulares. No había, de hecho, palabra para designar la «Ciencia», quedando cualquier significado que pudiera tener suficientemente cubierto por la palabra Ingsoc.
    Por lo que se ha explicado, podrá verse que en neolengua la expresión de opiniones heterodoxas de bajo nivel era casi imposible. Era factible, claro está, emitir herejías de un tono muy crudo y elemental, como una especie de blasfemia. Hubiera sido posible, por ejemplo, decir «El Gran Hermano inbueno» (BIG BROTHER IS UNGOOD). Pero esta aseveración, que a un oído ortodoxo le sonaba como una manifiesta absurdidad, no podría haber sido sostenida con argumentos racionales, ya que faltaban las palabras necesarias. Sólo podían sostenerse ideas contrarias al Ingsoc de una manera vaga y sin palabras, y formularlas en unos términos muy genéricos que mezclaban y condenaban todo tipo de herejías, sin definirlas particularmente. De hecho, sólo podía utilizarse la neolengua para fines heterodoxos traduciendo de un modo ilegítimo algunas de las palabras a la viejalengua. Por ejemplo, «Todos los hombres son iguales» era una afirmación posible en neolengua, pero en el mismo sentido en que «Todos los hombres tienen el pelo rojo» pudiera serlo en viejalengua. No contiene ningún error gramatical, pero expresa una noverdad palpable como que todos los hombres son de la misma estatura, peso o fuerza. El concepto de igualdad política ya no existía y por lo tanto esta significación secundaria había sido limpiada de la palabra
igual. En 1984, cuando viejalengua era todavía el medio normal de comunicación, teóricamente existía el peligro de que al usar palabras de neolengua uno recordara sus significados originales. En la práctica no era difícil, para alguien bien versado en el doblepensar, evitar que esto ocurriera, pero dentro de dos generaciones se evitaría incluso la posibilidad de este peligro.
    Una persona creciendo con neolengua como único lenguaje, no sabría nunca que había tenido antes la acepción de «igualdad política», o que «libre»  (FREE) había significado anteriormente «intelectualmente libre», del mismo modo que, por ejemplo, una persona que no hubiera oído hablar nunca de ajedrez, podría saber los segundos significados aplicables a la reina y a la torre. Por lo tanto, quedaría descartada la posibilidad de cometer muchos crímenes y errores simplemente porque no tenían nombre y, en consecuencia, son inimaginables. Y era de esperar que con el paso del tiempo las características que distinguían a la neolengua, se volverían más y más acusadas: sus palabras irían disminuyendo, sus significados cada vez más restringidos y más remoto el peligro de utilizarlos impropiamente. Al desaparecer la viejalengua se habría roto el último lazo con el pasado. La historia ya se había reescrito, pero algunos fragmentos de la vieja literatura sobrevivían aquí y allá, imperfectamente censurados, y mientras persistiera el conocimiento de la viejalengua era posible leerlos. En el futuro tales fragmentos, incluso si sobrevivieran, serían inteligibles e intraducibles. Era
imposible traducir un pasaje de viejalengua a neolengua, salvo que se refiriera a algún proceso técnico, a hechos de la vida cotidiana o bien fueseya de tendencia
ortodoxa (bienpensante sería la expresión en neolengua).
    En la práctica, esto suponía que ningún libro escrito antes de 1960 podíatraducirse por completo. La literatura anterior a la Revolución sólo podía estar sujeta a una traducción ideológica, o sea, a una alteración tanto de las palabras como del sentido. Tomemos por ejemplo el tan conocido pasaje de
la Declaración de la Independencia:
    Entendemos que son verdades evidentes el que todos los hombres han
sido creados iguales, que han sido dotados por su Creador con ciertos
derechos inalienables, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad. Y que, para asegurar estos derechos, se han
instituido entre los hombres los gobiernos, cuyo poder depende del
consentimiento de los gobernados. Y que cuando cualquier forma de

gobierno perjudica estos fines, el pueblo tiene derecho a alterarla o abolirla
e instituir una nueva…
    Hubiera sido imposible traducir este párrafo a neolengua conservando el sentido del original. La traducción más aproximada consistiría en tragarse todo el pasaje como
crimental. Una traducción completa sólo podía ser ideológica, con lo que las palabras de Jefferson se habrían convertido en un
panegírico sobre el gobierno absoluto.
    Buena parte de la literatura del pasado ya se había transformado en esto. Consideraciones de prestigio aconsejaban conservar el recuerdo de algunasfiguras históricas, poniendo al mismo tiempo algunas de sus grandesacciones en relación con la filosofía del Ingsoc. Varios escritores como
Shakespeare, Milton, Swift, Byron, Dickens y otros estaban en proceso de traducción. Una vez terminado este trabajo, sus escritos originales, juntocon el resto que hubiera sobrevivido de la literatura del pasado, sería destruido. Estas traducciones eran un proceso lento y difícil y no se
esperaba que fueran terminadas antes de la primera o segunda década delsiglo veintiuno. Había también gran cantidad de literatura meramente utilitaria —manuales técnicos indispensables y cosas por el estilo— que debían ser tratados del mismo modo. Para dar tiempo a este trabajo preliminar, se fijó una fecha tan lejana como el año 2050 para la adopción definitiva de la neolengua.


Comentarios

  1. Estoy contenta. Terminé el libro según me lo había propuesto, aunque no me sentí bien al terminarlo.
    Ahora me surge una pregunta y creo que debo leer mucho para poder responderla: ¿todas las distopías terminan mal?

    No es la primera vez que me pasa: me sorprendo teniendo esperanza aún en las situaciones más absurdas. Pensé que Winston iba a zafar. Hasta pensé que O'Brien lo estaba torturando para fortalecerlo en la resistencia (más o menos como pasa en la peli V de Vendetta, aunque ahí es más tranqui, Natalie Portman se ve divina pelada).
    Pero no, el final es horrible y no hay salida. Lo quebraron, rompieron todo. Lo dejaron destruido, reconciliado con el poder y con un carguito bien pago. Una pesadilla demasiado realista. Una pesadilla puramente capitalista (que para muchxs incluso es un sueño).
    Qué amargura.

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  2. Cuando otros programas de televisión critican al reality show Gran Hermano Argentina, el conductor (Santiago Del Moro) suele decir esta frase:

    - Gran Hermano es todo, le pese a quién le pese.

    La frase es ridícula, pero después de finalizar 1984 esa frase pasa de ser ridícula a ser OSCURA. Ahora, cada vez que Del Moro la repita, se me pondrá la piel de gallina.

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