1984 - Segunda parte - Capítulo VI + Eileen O'Shaughnessy





Buen jueves a todxs.

Hoy subimos un capítulo breve de la novela.

Para acompañar, otra teoría de las inspiraciones que pudo haber usado Orwell para escribir 1984.

Al parecer, su esposa Eileen O'Shaughnessy escribió un poema llamado "Fin de siglo, 1984". Algunos de los versos, citados en esta página son: 


Ningún libro perturba la línea de lucidez

y así los bronceados profesores sintonizan su mente

con la estación telepática 9

por la que algunos saben sólo lo que les conviene saber 

náufragos de un ayer superado 



yacen North, y Hillard, Virgilio y Horacio

descansan al fin los huesos de Shakespeare

muerto como Yeats o William Morris




Parece posible que este poema haya disparado la imaginación de Orwell, ¿qué opinan?

Vale rescatar la memoria de Eileen, algunos datos generales que sobre ella encontré en Wikipedia:



Eileen Maud Blair, de soltera O'Shaughnessy, (1905–1945) fue una poeta y escritora británica, conocida fundamentalmente por haber sido la primera esposa de George Orwell (Eric Arthur Blair). Durante la Segunda Guerra Mundial, trabajó para el Departamento de Censura del Ministerio de Información de Londres y el Ministerio de Alimentación.



Y aquí la versión original del poema:

End of the Century, 1984

Death

Synthetic winds have blown away

Material dust, but this one room

Rebukes the constant violet ray

And dustless sheds a dusty gloom.

Wrecked on the outmoded past

Lie North and Hillard, Virgil, Horace,

Shakespeare’s bones are quiet at last,

Dead as Yeats or William Morris.

Have not the inmates earned their rest?

A hundred circles traversed they

Complaining of the classic quest

And, each inevitable day,

Illogically trying to place

A ball within an empty space.

Birth

Every loss is now a gain

For every chance must follow reason.

A crystal palace meets the rain

That falls at its appointed season.

No book disturbs the lucid line

For sun-bronzed scholars tune their thought

To Telepathic Station 9

From which they know just what they ought:

The useful sciences; the arts

Of telesalesmanship and Spanish

As registered in Western parts;

Mental cremation that shall banish

Relics, philosophies and colds –

Manana-minded ten-year-olds.

The Phoenix

Worlds have died that they may live,

May plume again their fairest feathers

And in their clearest songs may give

Welcome to all spontaneous weathers.

Bacon’s colleague is called Einstein,

Huxley shares Platonic food,

Violet rays are only sunshine

Christened in the modern mood,

In this house if in no other

Past and future may agree,

Each herself, but each the other

In a curious harmony,

Finding both a proper place

In the silken gown’s embrace.













Además me enteré de que George Orwell también tiene una trayectoria poética. Más sobre esto, en el próximo capítulo :)





¡Nos leemos en comentarios!

 

Parte segunda - Capítulo VI


    Por fin, había ocurrido. Había llegado el esperado mensaje. Le parecía a
Winston que toda su vida había estado esperando que esto sucediera.
    Iba por el largo pasillo del Ministerio y casi había llegado al sitio donde
Julia le deslizó aquel día en la mano su declaración. La persona, quien
quiera que fuese, tosió ligeramente sin duda como preludio para hablar.
    Winston se detuvo en seco y volvió la cara. Era O’Brien.
    Por fin, se hallaban cara a cara y el único impulso que sentía Winston
era emprender la huida. El corazón le latía a toda velocidad.
No habría podido hablar en ese momento. Sin embargo, O’Brien,
poniéndole amistosamente una mano en el hombro, siguió andando junto a
él. Empezó a hablar con su característica cortesía, seria y suave, que le
diferenciaba de la mayor parte de los miembros del Partido Interior.
—He estado esperando una oportunidad de hablar contigo —le dijo—;
estuve leyendo uno de tus artículos en neolengua publicados en el
Times.
Tengo entendido que te interesa, desde un punto de vista erudito, la
neolengua.
    Winston había recobrado ánimos, aunque sólo en parte.
    —No muy erudito —dijo—. Soy sólo un aficionado. No es mi
especialidad. Nunca he tenido que ocuparme de la estructura interna del
idioma.
    —Pero lo escribes con mucha elegancia —dijo O’Brien—. Y ésta no es
sólo una opinión mía. Estuve hablando recientemente con un amigo tuyo
que es un especialista en cuestiones idiomáticas. He olvidado su nombre
ahora mismo; que lo tenía en la punta de la lengua.
    Winston sintió un escalofrío. O’Brien no podía referirse más que a
Syme. Pero Syme no sólo estaba muerto, sino que había sido abolido. Era

una nopersona. Cualquier referencia identificable a aquel vaporizado habría
resultado mortalmente peligrosa. De manera que la alusión que acababa de
hacer O’Brien debía de significar una señal secreta. Al compartir con él este
pequeño acto de
crimental, se habían convertido los dos en cómplices.
    Continuaron recorriendo lentamente el corredor hasta que O’Brien se
detuvo. Con la tranquilizadora amabilidad que él infundía siempre a sus
gestos, aseguró bien sus gafas sobre la nariz y prosiguió:
    —Lo que quise decir fue que noté en tu artículo que habías empleado
dos palabras ya anticuadas. En realidad, hace muy poco tiempo que se han
quedado anticuadas. ¿Has visto la décima edición del Diccionario de
Neolengua?
    —No —dijo Winston—. No creía que estuviese ya publicado. Nosotros
seguimos usando la novena edición en el Departamento de Registro.
—Bueno, la décima edición tardará varios meses en aparecer, pero ya
han circulado algunos ejemplares en pruebas. Yo tengo uno. Quizás te
interese verlo, ¿no?
    —Muchísimo —dijo Winston, comprendiendo inmediatamente la
intención del otro.
    —Algunas de las modificaciones introducidas son muy ingeniosas. Creo
que te sorprenderá la reducción del número de verbos. Vamos a ver. ¿Será
mejor que te mande un mensajero con el diccionario? Pero temo no
acordarme; siempre me pasa igual. Quizás puedas recogerlo en mi piso a
una hora que te convenga. Espera. Voy a darte mi dirección.
    Se hallaban frente a una telepantalla. Como distraído, O’Brien se buscó
maquinalmente en los bolsillos y por fin sacó una pequeña agenda forrada
en cuero y un lápiz tinta dorado. Colocándose respecto a la telepantalla de
manera que el observador pudiera leer bien lo que escribía, apuntó la
dirección. Arrancó la hoja y se la dio a Winston.
    —Suelo estar en casa por las tardes —dijo—. Si no, mi criado te dará el
diccionario.
    Ya se había marchado dejando a Winston con el papel en la mano. Esta
vez no había necesidad de ocultar nada. Sin embargo, grabó en la memoria
las palabras escritas, y horas después tiró el papel en el «agujero de la
memoria» junto con otros.

    No habían hablado más de dos minutos. Aquel breve episodio sólo
podía tener un significado. Era una manera de que Winston pudiera saber la
dirección de O’Brien. Aquel recurso era necesario porque a no ser
directamente, nadie podía saber dónde vivía otra persona. No había guías de
direcciones. «Si quieres verme, ya sabes dónde estoy», era en resumen lo
que O’Brien le había estado diciendo. Quizás se encontrara en el
diccionario algún mensaje. De todos modos lo cierto era que la
conspiración con que él soñaba existía efectivamente y que había entrado ya
en contacto con ella.
    Winston sabía que más pronto o más tarde obedecería la indicación de
O’Brien. Quizás al día siguiente, quizás al cabo de mucho tiempo, no estaba
seguro. Lo que sucedía era sólo la puesta en marcha de un proceso que
había empezado a incubarse varios años antes. El primer paso consistió en
un pensamiento involuntario y secreto; el segundo fue el acto de abrir el
Diario. Aquello había pasado de los pensamientos a las palabras, y ahora,
de las palabras a la acción. El último paso tendría lugar en el Ministerio del
Amor. Pero Winston ya lo había aceptado. El final de aquel asunto estaba
implícito en su comienzo. De todos modos, asustaba un poco; o, con más
exactitud, era un pregusto de la muerte, como estar ya menos vivo. Incluso
mientras hablaba O’Brien y penetraba en él el sentido de sus palabras, le
había recorrido un escalofrío. Fue como si avanzara hacia la humedad de
una tumba y la impresión no disminuía por el hecho de que él hubiera
sabido siempre que la tumba estaba allí esperándole.


Comentarios

  1. La situación con O'Brien amaga con un bromance pero puede ser todo un malentendido. No confundas un trato cordial con querer organizarse contra el Partido, Winston.

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    1. Ajajajajajajajajajaja me mató lo del bromance.
      Excelente comentario.

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    2. Jajajajajajaja me encanta que le hables directamente a Winston. Es como un "amigo, date cuenta".

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