1984 - Parte primera - Capítulo VI + Resumen de capítulos






 

Hoy es jueves de capítulo.

Venimos charlando en el Club de Lectura de cómo nos afecta el contexto de la novela en el momento y lugar en que la estamos leyendo. Demasiadas coincidencias. ¿El futuro llegó hace rato?

Va un bosquejo de cada uno de los capítulos que leímos hasta ahora a modo de resumen para no perder el hilo:

Capítulo 1 Conocemos a Winston, personaje principal, que nos guía al conocimiento de los Ministerios que componen el gobierno, su trabajo y muchas de las reglas y sloganes que rigen el mundo en 1984. Aunque está prohibido, Winston comienza a llevar un diario.

Capítulo 2 Conocemos a la vecina de Winston, cómo son los hogares y sobre todo qué papel cumplen los niños en esta sociedad.

Capítulo 3 Empezamos a saber algo del pasado de Winston y su familia. El pasado, justamente, es algo que se puede manipular y borrar.

Capítulo 4 Winston en su trabajo, de qué manera se altera o borra el pasado para reescribir la historia.

Capítulo 5 Se desarrolla mejor la idea de la neolengua y qué objetivo tiene destruir las palabras conocidas y simplificar la forma de hablar y escribir.

¿Cómo vienen con la lectura?  ¡La seguimos en los comentarios!



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PARTE PRIMERA - CAPÍTULO VI


    Winston escribía en su Diario:
    Fue hace tres años. Era una tarde oscura, en una estrecha
callejuela cerca de una de las estaciones del ferrocarril. Ella, de
pie, apoyada en la pared cerca de una puerta, recibía la luz
mortecina de un farol. Tenía una cara joven muy pintada. Lo que
me atrajo fue la pintura, la blancura de aquella cara que parecía
una máscara y los labios rojos y brillantes. Las mujeres del
Partido nunca se pintan la cara. No había nadie más en la calle,
ni telepantallas. Me dijo que dos dólares. Yo

    Le era difícil seguir. Cerró los ojos y apretó las palmas de las manos
contra ellos tratando de borrar la visión interior. Sentía una casi invencible
tentación de gritar una sarta de palabras. O de golpearse la cabeza contra la
pared, de arrojar el tintero por la ventana, de hacer, en fin, cualquier acto
violento, ruidoso, o doloroso, que le borrara el recuerdo que le atormentaba.
Nuestro peor enemigo, reflexionó Winston, es nuestro sistema nervioso.
    En cualquier momento, la tensión interior puede traducirse en cualquier
síntoma visible. Pensó en un hombre con quien se había cruzado en la calle
semanas atrás: un hombre de aspecto muy corriente, un miembro del
Partido de treinta y cinco a cuarenta años, alto y delgado, que llevaba una
cartera de mano. Estaban separados por unos cuantos metros cuando el lado
izquierdo de la cara de aquel hombre se contrajo de pronto en una especie
de espasmo. Esto volvió a ocurrir en el momento en que se cruzaban; fue
sólo un temblor rapidísimo como el disparo de un objetivo de cámara

fotográfica, pero sin duda se trataba de un tic habitual. Winston recordaba
haber pensado entonces: el pobre hombre está perdido. Y lo aterrador era
que el movimiento de los músculos era inconsciente. El peligro mortal por
excelencia era hablar en sueños. Contra eso no había remedio.
    Contuvo la respiración y siguió escribiendo:
    Entré con ella en el portal y cruzamos un patio para bajar luego a
una cocina que estaba en los sótanos. Había una cama contra la
pared, y una lámpara en la mesilla con muy poca luz. Ella

Le rechinaban los dientes. Le hubiera gustado escupir. A la vez que en
la mujer del sótano, pensó Winston en Katharine, su esposa. Winston estaba
casado; es decir, había estado casado. Probablemente seguía estándolo, pues
no sabía que su mujer hubiera muerto. Le pareció volver a aspirar el
insoportable olor de la cocina del sótano, un olor a insectos, ropa sucia y
perfume baratísimo; pero, sin embargo, atraía, ya que ninguna mujer del
Partido usaba perfume ni podía uno imaginársela perfumándose. Solamente
los
proles se perfumaban, y ese olor evocaba en la mente, de un modo
inevitable, la fornicación.
    Cuando estuvo con aquella mujer, fue la primera vez que había caído
Winston en dos años aproximadamente. Por supuesto, toda relación con
prostitutas estaba prohibida, pero se admitía que alguna vez, mediante un
acto de gran valentía, se permitiera uno infringir la ley. Era peligroso pero
no un asunto de vida o muerte, porque ser sorprendido con una prostituta
sólo significaba cinco años de trabajos forzados. Nunca más de cinco años
con tal de que no se hubiera cometido otro delito a la vez. Lo cual resultaba
estupendo ya que había la posibilidad de que no le descubrieran a uno. Los
barrios pobres abundaban en mujeres dispuestas a venderse. El precio de
algunas era una botella de ginebra, bebida que se suministraba a los proles.
Tácitamente, el Partido se inclinaba a estimular la prostitución como salida
de los instintos que no podían suprimirse. Esas juergas no importaban
políticamente ya que eran furtivas y tristes y sólo implicaban a mujeres de
una clase sumergida y despreciada. El crimen imperdonable era la
promiscuidad entre miembros del Partido. Pero —aunque éste era uno de

los crímenes que los acusados confesaban siempre en las purgas— era casi
imposible imaginar que tal desafuero pudiera suceder.
    La finalidad del Partido en este asunto no era sólo evitar que hombres y
mujeres establecieran vínculos imposibles de controlar. Su objetivo
verdadero y no declarado era quitarle todo placer al acto sexual. El enemigo
no era tanto el amor como el erotismo, dentro del matrimonio y fuera de él.
Todos los casamientos entre miembros del Partido tenían que ser aprobados
por un Comité nombrado con este fin. Y —aunque al principio nunca fue
establecido de un modo explícito— siempre se negaba el permiso si la
pareja daba la impresión de hallarse físicamente enamorada. La única
finalidad admitida en el matrimonio era engendrar hijos en beneficio del
Partido. La relación sexual se consideraba como una pequeña operación
algo molesta, algo así como soportar un enema. Tampoco esto se decía
claramente, pero de un modo indirecto se grababa desde la infancia en los
miembros del Partido. Había incluso organizaciones como la Liga Juvenil
Anti-Sex, que defendía la soltería absoluta para ambos sexos. Los niños
debían ser engendrados por inseminación artificial (
semart, como se le
llamaba en neolengua) y educados en instituciones públicas. Winston sabía
que esta exageración no se defendía en serio, pero que estaba de acuerdo
con la ideología general del Partido. Éste trataba de matar el instinto sexual
o, si no podía suprimirlo del todo, por lo menos deformarlo y mancharlo.
    No sabía Winston por qué se seguía esta táctica, pero parecía natural que
fuera así. Y en cuanto a las mujeres, los esfuerzos del Partido lograban
pleno éxito.
    Volvió a pensar en Katharine. Debía de hacer nueve o diez años, casi
once, que se habían separado. Era curioso que se acordara tan poco de ella.
    Olvidaba durante días enteros que habían estado casados. Sólo
permanecieron juntos unos quince meses. El Partido no permitía el
divorcio, pero fomentaba las separaciones cuando no había hijos.
Katharine era una rubia alta, muy derecha y de movimientos
majestuosos. Tenía una cara audaz, aquilina, que podría haber pasado por
noble antes de descubrir que no había nada tras aquellas facciones. Al
principio de su vida de casados —aunque quizá fuera sólo que Winston la
conocía más íntimamente que a las demás personas— llegó a la conclusión

de que su mujer era la persona más estúpida, vulgar y vacía que había
conocido hasta entonces. No latía en su cabeza ni un solo pensamiento que
no fuera un
slogan. Se tragaba cualquier imbecilidad que el Partido le
ofreciera. Winston la llamaba en su interior «la banda sonora humana». Sin
embargo, podía haberla soportado de no haber sido por una cosa: el sexo.
    Tan pronto como la rozaba parecía tocada por un resorte y se endurecía.
    Abrazarla era como abrazar una imagen con juntas de madera. Y lo que era
todavía más extraño: incluso cuando ella lo apretaba contra sí misma, él
tenía la sensación de que al mismo tiempo lo rechazaba con toda su fuerza.
La rigidez de sus músculos ayudaba a dar esta impresión. Se quedaba allí
echada con los ojos cerrados sin resistir ni cooperar, pero como sometible.
    Era de lo más vergonzoso y, a la larga, horrible. Pero incluso así habría
podido soportar vivir con ella si hubieran decidido quedarse célibes. Pero
curiosamente fue Katharine quien rehusó. «Debían —dijo— producir un
niño si podían». Así que la comedia seguía representándose una vez por
semana regularmente, mientras no fuese imposible. Ella incluso se lo
recordaba por la mañana como algo que había que hacer esa noche y que no
debía olvidarse. Tenía dos expresiones para ello. Una era «hacer un bebé»,
y la otra «nuestro deber al Partido» (sí, había utilizado esta frase). Pronto
empezó a tener una sensación de positivo temor cuando llegaba el día. Pero
por suerte no apareció ningún niño y finalmente ella estuvo de acuerdo en
dejar de probar. Y poco después se separaron.
    Winston suspiró inaudiblemente. Volvió a coger la pluma y escribió:
    Se arregló su cama y, en seguida, sin preliminar alguno, del modo
más grosero y terrible que se puede imaginar, se levantó la falda.
    Yo

    Se vio a sí mismo de pie en la mortecina luz con el olor a cucarachas y a
perfume barato, y en su corazón brotó un resentimiento que incluso en
aquel instante se mezclaba con el recuerdo del blanco cuerpo de Katharine,
frígido para siempre por el hipnótico poder del Partido. ¿Por qué tenía que
ser siempre así? ¿No podía él disponer de una mujer propia en vez de estas
furcias a intervalos de varios años? Pero un asunto amoroso de verdad era

una fantasía irrealizable. Las mujeres del Partido eran todas iguales. La
castidad estaba tan arraigada en ellas como la lealtad al Partido. Por la
educación que habían recibido en su infancia, por los juegos y las duchas de
agua fría, por todas las estupideces que les metían en la cabeza, las
conferencias, los desfiles, canciones, consignas y música marcial, les
arrancaban todo sentimiento natural. La razón le decía que forzosamente
habría excepciones, pero su corazón no lo creía. Todas ellas eran
inalcanzables, como deseaba el Partido. Y lo que él quería, aún más que ser
amado, era derruir aquel muro de estupidez aunque fuera una sola vez en su
vida. El acto sexual, bien realizado, era una rebeldía. El deseo era un
crimental. Si hubiera conseguido despertar los sentidos de Katharine, esto
habría equivalido a una seducción aunque se trataba de su mujer. Pero tenía
que contar el resto de la historia. Escribió:
    Encendí la luz. Cuando la vi claramente
    Después de la casi inexistente luz de la lamparilla de aceite, la luz
eléctrica parecía cegadora. Por primera vez pudo ver a la mujer tal como
era. Avanzó un paso hacia ella y se detuvo horrorizado. Comprendía el
riesgo a que se había expuesto. Era muy posible que las patrullas lo
sorprendieran a la salida. Más aún: quizá lo estuvieran esperando ya a la
puerta. Nada iba a ganar con marcharse sin hacer lo que se había propuesto.
Todo aquello tenía que escribirlo, confesarlo. Vio de pronto a la luz de
la bombilla que la mujer era vieja. La pintura se apegotaba en su cara tanto
que parecía ir a resquebrajarse como una careta de cartón. Tenía mechones
de cabellos blancos; pero el detalle más horroroso era que la boca,
entreabierta, parecía una oscura caverna. No tenía ningún diente.
    Winston escribió a toda prisa:
    Cuando la vi a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo
menos tenía cincuenta años. Pero, de todos modos, lo hice
.
Volvió a apoyar las palmas de las manos sobre los ojos. Ya lo había
escrito, pero de nada servía. Seguía con la misma necesidad de gritar
palabrotas con toda la fuerza de sus pulmones.


Comentarios

  1. Capítulo super breve, oscuro y triste.

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  2. Me viene llamando la atención desde el principio del libro el tema de las edades. Se habla de los de 30 como gente ya grande, ahora la mujer de 50 es una verdadera vieja.
    No sé si tiene que ver con la época en la que se escribió el libro o con el hecho de que ya desde niños son activos en el Partido por lo que la vida útil del individuo puede terminar antes.

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  3. La única luz del capítulo revela una horripilante criatura que además es utilizada para reafirmar que estar vivo en esa sociedad, no se puede ni siquiera en la intimidad.

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