1984 - Parte primera - Capítulo IV + Versión manga

 



    Aquí subimos el capítulo IV de la primera parte de "1984".
    En esta entrega, dejamos además el link para que puedan leer "1984 el manga". Se trata de una adaptación al manga que hizo Herder Editorial para su colección Mangas Filosóficos. Está disponible completo para su lectura en este enlace. Tengan cuidado quienes no quieran adelantarse nada de la trama.

    Creo que es un gran desafío cuando una novela clásica de estas características es adaptada al comic o manga, ya que se realiza un importante recorte en el texto y las imágenes tienen que ser contundentes para mostrar lo que no se dice. Pero es interesante para apreciar la influencia de la obra en muchas expresiones artísticas. Ya comentamos en los diferentes espacios del Club de Lectura sobre música inspirada en 1984, otras novelas y películas distópicas. Son muy bienvenidos más aportes en este sentido.

¡Nos leemos en comentarios!


Flor.-


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Lista de reproducción de canciones inspiradas en 1984

Drive colaborativo de novelas distópicas 

Listado de películas distópicas @cinecinlimites 

Foto por @_maciorowska_




PARTE PRIMERA - CAPÍTULO IV


    Con el hondo e inconsciente suspiro que ni siquiera la proximidad de la
telepantalla podía ahogarle cuando empezaba el trabajo del día, Winston se
acercó al
hablescribe, sopló para sacudir el polvo del micrófono y se puso
las gafas. Luego desenrolló y juntó con un clip cuatro pequeños cilindros de
papel que acababan de caer del tubo neumático sobre el lado derecho de su
mesa de despacho.
    En las paredes de la cabina había tres orificios. A la derecha del
hablescribe, un pequeño tubo neumático para mensajes escritos, a la
izquierda, un tubo más ancho para los periódicos; y en la otra pared, de
manera que Winston lo tenía a mano, una hendidura grande y oblonga
protegida por una rejilla de alambre. Esta última servía para tirar el papel
inservible. Había hendiduras semejantes a miles o a docenas de miles por
todo el edificio, no sólo en cada habitación, sino a lo largo de todos los
pasillos, a pequeños intervalos. Les llamaban «agujeros de la memoria».
Cuando un empleado sabía que un documento había de ser destruido, o
incluso cuando alguien veía un pedazo de papel por el suelo y por alguna
mesa, constituía ya un acto automático levantar la tapa del más cercano
«agujero de la memoria» y tirar el papel en él. Una corriente de aire caliente
se llevaba el papel en seguida hasta los enormes hornos ocultos en algún
lugar desconocido de los sótanos del edificio.
    Winston examinó las cuatro franjas de papel que había desenrollado.
Cada una de ellas contenía una o dos líneas escritas en el
argot abreviado
(no era exactamente
neolengua, pero consistía principalmente en palabras
neolingüísticas) que se usaba en el Ministerio para fines internos. Decían
así:

times 17.3.84 discurso gh malregistrado áfrica rectificar
times 19.12.83 predicciones plantrienal cuarto trimestre 83 erratas
comprobar número corriente
times 14.2.84. Minibundancia malcitado chocolate rectificar
times 3.12.83 referente ordendía gh doblemásnobueno refs
nopersonas reescribir completo someter antesarchivar
    Con cierta satisfacción apartó Winston el cuarto mensaje. Era un asunto
intrincado y de responsabilidad y prefería ocuparse de él al final. Los otros
tres eran tarea rutinaria, aunque el segundo le iba a costar probablemente
buscar una serie de datos fastidiosos.
    Winston pidió por la telepantalla los números necesarios del
Times, que
le llegaron por el tubo neumático pocos minutos después. Los mensajes que
había recibido se referían a artículos o noticias que por una u otra razón era
necesario cambiar, o, como se decía oficialmente, rectificar. Por ejemplo, en
el número del
Times correspondiente al 17 de marzo se decía que el Gran
Hermano, en su discurso del día anterior, había predicho que el frente de la
India Meridional seguiría en calma, pero que, en cambio, se desencadenaría
una ofensiva eurasiática muy pronto en África del Norte. Como quiera que
el alto mando de Eurasia había iniciado su ofensiva en la India del Sur y
había dejado tranquila al África del Norte, era por tanto necesario escribir
un nuevo párrafo del discurso del Gran Hermano, con objeto de hacerle
predecir lo que había ocurrido efectivamente. Y en el
Times del 19 de
diciembre del año anterior se habían publicado los pronósticos oficiales
sobre el consumo de ciertos productos en el cuarto trimestre de 1983, que
era también el sexto grupo del noveno plan trienal. Pues bien, el número de
hoy contenía una referencia al consumo efectivo y resultaba que los
pronósticos se habían equivocado muchísimo. El trabajo de Winston
consistía en cambiar las cifras originales haciéndolas coincidir con las
posteriores. En cuanto al tercer mensaje, se refería a un error muy sencillo
que se podía arreglar en un par de minutos. Muy poco tiempo antes, en
febrero, el Ministerio de la Abundancia había lanzado la promesa
(oficialmente se le llamaba «compromiso categórico») de que no habría
reducción de la ración de chocolate durante el año 1984. Pero la verdad era,

como Winston sabía muy bien, que la ración de chocolate sería reducida, de
los treinta gramos que daban, a veinte al final de aquella semana. Como se
verá, el error era insignificante y el único cambio necesario era sustituir la
promesa original por la advertencia de que probablemente habría que
reducir la ración hacia el mes de abril.
    Cuando Winston tuvo preparadas las correcciones las unió con un clip al
ejemplar del
Times que le habían enviado y los mandó por el tubo
neumático. Entonces, con un movimiento casi inconsciente, arrugó los
mensajes originales y todas las notas que él había hecho sobre el asunto y
los tiró por el «agujero de la memoria» para que los devoraran las llamas.
Él no sabía con exactitud lo que sucedía en el invisible laberinto adonde
iban a parar los tubos neumáticos, pero tenía una idea general. En cuanto se
reunían y ordenaban todas las correcciones que había sido necesario
introducir en un número determinado del
Times, ese número volvía a ser
impreso, el ejemplar primitivo se destruía y el ejemplar corregido ocupaba
su puesto en el archivo. Este proceso de continua alteración no se aplicaba
sólo a los periódicos, sino a los libros, revistas, folletos, carteles,
programas, películas, bandas sonoras, historietas para niños, fotografías…,
es decir, a toda clase de documentación o literatura que pudiera tener algún
significado político o ideológico. Diariamente y casi minuto por minuto, el
pasado era puesto al día. De este modo, todas las predicciones hechas por el
Partido resultaban acertadas según prueba documental. Toda la historia se
convertía así en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la
frecuencia necesaria. En ningún caso habría sido posible demostrar la
existencia de una falsificación. La sección más nutrida del Departamento de
Registro, mucho mayor que aquella donde trabajaba Winston, se componía
sencillamente de personas cuyo deber era recoger todos los ejemplares de
libros, diarios y otros documentos que se hubieran quedado atrasados y
tuvieran que ser destruidos. Un número del
Times que —a causa de cambios
en la política exterior o de profecías equivocadas hechas por el Gran
Hermano— hubiera tenido que ser escrito de nuevo una docena de veces,
seguía estando en los archivos con su fecha original y no existía ningún otro
ejemplar para contradecirlo. También los libros eran recogidos y reescritos
muchas veces y cuando se volvían a editar no se confesaba que se hubiera

introducido modificación alguna. Incluso las instrucciones escritas que
recibía Winston y que él hacía desaparecer invariablemente en cuanto se
enteraba de su contenido, nunca daban a entender ni remotamente que se
estuviera cometiendo una falsificación. Sólo se referían a erratas de
imprenta o a citas equivocadas que era necesario poner bien en interés de la
verdad.
    Lo más curioso era —pensó Winston mientras arreglaba las cifras del
Ministerio de la Abundancia— que ni siquiera se trataba de una
falsificación. Era, sencillamente, la sustitución de un tipo de tonterías por
otro. La mayor parte del material que allí manejaban no tenía relación
alguna con el mundo real, ni siquiera en esa conexión que implica una
mentira directa. Las estadísticas eran tan fantásticas en su versión original
como en la rectificada. En la mayor parte de los casos, tenía que sacárselas
el funcionario de su cabeza. Por ejemplo, las predicciones del Ministerio de
la Abundancia calculaban la producción de botas para el trimestre venidero
en ciento cuarenta y cinco millones de pares. Pues bien, la cantidad efectiva
fue de sesenta y dos millones de pares. Es decir, la cantidad declarada
oficialmente. Sin embargo, Winston, al modificar ahora la «predicción»,
rebajó la cantidad a cincuenta y siete millones, para que resultara posible la
habitual declaración de que se había superado la producción. En todo caso,
sesenta y dos millones no se acercaban a la verdad más que los cincuenta y
siete millones o los ciento cuarenta y cinco. Lo más probable es que no se
hubieran producido botas en absoluto. Nadie sabía en definitiva cuánto se
había producido ni le importaba. Lo único de que se estaba seguro era de
que cada trimestre se producían
sobre el papel cantidades astronómicas de
botas mientras que media población de Oceanía iba descalza. Y lo mismo
ocurría con los demás datos, importantes o minúsculos, que se registraban.
Todo se disolvía en un mundo de sombras en el cual incluso la fecha del
año era insegura.
    Winston miró hacia el vestíbulo. En la cabina de enfrente trabajaba un
hombre pequeñito, de aire eficaz, llamado Tillotson, con un periódico
doblado sobre sus rodillas y la boca muy cerca de la bocina del hablescribe.
Daba la impresión de que lo que decía era un secreto entre él y la

telepantalla. Levantó la vista y los cristales de sus gafas le lanzaron a
Winston unos reflejos hostiles.
    Winston no conocía apenas a Tillotson ni tenía idea de la clase de
trabajo que le habían encomendado. Los funcionarios del Departamento del
Registro no hablaban de sus tareas. En el largo vestíbulo, sin ventanas, con
su doble fila de cabinas y su interminable ruido de periódicos y el murmullo
de las voces junto a los hablescribe, había por lo menos una docena de
personas a las que Winston no conocía ni siquiera de nombre, aunque los
veía diariamente apresurándose por los pasillos o gesticulando en los Dos
Minutos de Odio. Sabía que en la cabina vecina a la suya la mujercilla del
cabello arenoso trabajaba en descubrir y borrar en los números atrasados de
la prensa los nombres de las personas
vaporizadas, las cuales se
consideraba que nunca habían existido. Ella estaba especialmente
capacitada para este trabajo, ya que su propio marido había sido
vaporizado
dos años antes. Y pocas cabinas más allá, un individuo suave, soñador e
ineficaz, llamado Ampleforth, con orejas muy peludas y un talento
sorprendente para rimar y medir los versos, estaba encargado de producir
los textos definitivos de poemas que se habían hecho ideológicamente
ofensivos, pero que, por una u otra razón, continuaban en las antologías.
Este vestíbulo, con sus cincuenta funcionarios, era sólo una subsección, una
pequeñísima célula de la enorme complejidad del Departamento de
Registro. Más allá, arriba, abajo, trabajaban otros enjambres de funcionarios
en multitud de tareas increíbles. Allí estaban las grandes imprentas con sus
expertos en tipografía y sus bien dotados estudios para la falsificación de
fotografías. Había la sección de teleprogramas con sus ingenieros, sus
directores y equipos de actores escogidos especialmente por su habilidad
para imitar voces. Había también un gran número de empleados cuya labor
sólo consistía en redactar listas de libros y periódicos que debían ser
«repasados». Los documentos corregidos se guardaban y los ejemplares
originales eran destruidos en hornos ocultos. Por último, en un lugar
desconocido estaban los cerebros directores que coordinaban todos estos
esfuerzos y establecían las líneas políticas según las cuales un fragmento
del pasado había de ser conservado, falsificado otro, y otro borrado de la
existencia.

    El Departamento de Registro, después de todo, no era más que una
simple rama del Ministerio de la Verdad, cuya principal tarea no era
reconstruir el pasado, sino proporcionarles a los ciudadanos de Oceanía
periódicos, películas, libros de texto, programas de telepantalla, comedias,
novelas, con toda clase de información, instrucción o entretenimiento.
Fabricaban desde una estatua a un
slogan, de un poema lírico a un tratado
de biología y desde la cartilla de los párvulos hasta el diccionario de
neolengua… Y el Ministerio no sólo tenía que atender a las múltiples
necesidades del Partido, sino repetir toda la operación en un nivel más bajo
a beneficio del proletariado. Había toda una cadena de secciones separadas
que se ocupaban de la literatura, la música, el teatro y, en general, de todos
los entretenimientos para los proletarios. Allí se producían periódicos que
no contenían más que informaciones deportivas, sucesos y astrología,
noveluchas sensacionalistas, películas que rezumaban sexo y canciones
sentimentales compuestas por medios exclusivamente mecánicos en una
especie de calidoscopio llamado
versificador. Había incluso una sección
conocida en neolengua con el nombre de
Pornosec, encargada de producir
pornografía de clase ínfima y que era enviada en paquetes sellados que
ningún miembro del Partido, aparte de los que trabajaban en la sección,
podía abrir.
    Habían salido tres mensajes por el tubo neumático mientras Winston
trabajaba, pero se trataba de asuntos corrientes y los había despachado antes
de ser interrumpido por los Dos Minutos de Odio. Cuando el odio terminó,
volvió Winston a su cabina, sacó del estante el diccionario de neolengua,
apartó a un lado el hablescribe, se limpió las gafas y se dedicó a su principal
cometido de la mañana.
    El mayor placer de Winston era su trabajo. La mayor parte de éste
consistía en una aburrida rutina, pero también incluía labores tan difíciles e
intrincadas que se perdía uno en ellas como en las profundidades de un
problema de matemáticas: delicadas labores de falsificación en que sólo se
podía guiar uno por su conocimiento de los principios del
Ingsoc y el
cálculo de lo que el Partido quería que uno dijera. Winston servía para esto.
En una ocasión le encargaron incluso la rectificación de los editoriales del

Times, que estaban escritos totalmente en neolengua. Desenrolló el mensaje
que antes había dejado a un lado como más difícil. Decía:
times 3.12.83 referente ordendía gh doblemásnobueno refs
nopersonas reescribir completo someter antesarchivar.
En antiguo idioma (en inglés) quedaba así:
La información sobre la orden del día del Gran Hermano en el
Times del 3 de diciembre de 1983 es absolutamente insatisfactoria
y se refiere a las personas inexistentes. Volverlo a escribir por
completo y someter el borrador a la autoridad superior antes de
archivar.
    Winston leyó el artículo ofensivo. La orden del día del Gran Hermano
se dedicaba a alabar el trabajo de una organización conocida por FFCC, que
proporcionaba cigarrillos y otras cosas a los marineros de las fortalezas
flotantes. Cierto camarada Withers, destacado miembro del Partido Interior,
había sido agraciado con una mención especial y le habían concedido una
condecoración, la Orden del Mérito Conspicuo, de segunda clase.
Tres meses después, la FFCC había sido disuelta sin que se supieran los
motivos. Podía pensarse que Withers y sus asociados habían caído en
desgracia, pero no había información alguna sobre el asunto en la prensa ni
en la telepantalla. Era lo corriente, ya que muy raras veces se procesaba ni
se denunciaba públicamente a los delincuentes políticos. Las grandes
«purgas» que afectaban a millares de personas, con procesos públicos de
traidores y criminales del pensamiento que confesaban abyectamente sus
crímenes para ser luego ejecutados, constituían espectáculos especiales que
se daban sólo una vez cada dos años. Lo habitual era que las personas
caídas en desgracia desapareciesen sencillamente y no se volviera a oír
hablar de ellas. Nunca se tenía la menor noticia de lo que pudiera haberles
ocurrido. En algunos casos, ni siquiera habían muerto. Aparte de sus padres,

unas treinta personas conocidas por Winston habían desaparecido en una u
otra ocasión.
    Mientras pensaba en todo esto, Winston se daba golpecitos en la nariz
con un sujetador de papeles. En la cabina de enfrente, el camarada Tillotson
seguía misteriosamente inclinado sobre su hablescribe. Levantó la cabeza
un momento. Otra vez, los destellos hostiles de las gafas. Winston se
preguntó si el camarada Tillotson estaría encargado del mismo trabajo que
él. Era perfectamente posible. Una tarea tan difícil y complicada no podía
estar a cargo de una sola persona. Por otra parte, encargarla a un grupo sería
admitir abiertamente que se estaba realizando una falsificación. Muy
probablemente, una docena de personas trabajaban al mismo tiempo en
distintas versiones rivales para inventar lo que el Gran Hermano había
dicho «efectivamente». Y, después, algún cerebro privilegiado del Partido
Interior elegiría esta o aquella versión, la redactaría definitivamente a su
manera y pondría en movimiento el complejo proceso de confrontaciones
necesarias. Luego, la mentira elegida pasaría a los registros permanentes y
se convertiría en la verdad.
    Winston no sabía por qué había caído Withers en desgracia. Quizás
fuera por corrupción o incompetencia. O quizás el Gran Hermano se
hubiera librado de un subordinado demasiado popular. También pudiera ser
que Withers o alguno relacionado con él hubiera sido acusado de tendencias
heréticas. O quizás —y esto era lo más probable— hubiese ocurrido aquello
sencillamente porque las «purgas» y las
vaporizaciones eran parte necesaria
de la mecánica gubernamental. El único indicio real era el contenido en las
palabras «refs nopersonas», con lo que se indicaba que Withers estaba ya
muerto. Pero no siempre se podía presumir que un individuo hubiera
muerto por el hecho de haber desaparecido. A veces los soltaban y los
dejaban en libertad durante uno o dos años antes de ser ejecutados. De vez
en cuando, algún individuo a quien se creía muerto desde hacía mucho
tiempo, reaparecía como un fantasma en algún proceso sensacional donde
comprometía a centenares de otras personas con sus testimonios antes de
desaparecer, esta vez para siempre. Sin embargo, en el caso de Withers,
estaba claro que lo habían matado. Era ya una
nopersona. No existía: nunca
había existido. Winston decidió que no bastaría con cambiar el sentido del

discurso del Gran Hermano. Era mejor hacer que se refiriese a un asunto sin
relación alguna con el auténtico.
    Podía trasladar el discurso al tema habitual de los traidores y los
criminales del pensamiento, pero esto resultaba demasiado claro; y por otra
parte, inventar una victoria en el frente o algún triunfo de superproducción
en el noveno plan trienal, podía complicar demasiado los registros. Lo que
se necesitaba era una fantasía pura. De pronto se le ocurrió inventar que un
cierto camarada Ogilvy había muerto recientemente en la guerra en
circunstancias heroicas. En ciertas ocasiones, el Gran Hermano dedicaba su
orden del día a conmemorar a algunos miembros ordinarios del Partido
cuya vida y muerte ponía como ejemplo digno de ser imitado por todos.
Hoy conmemoraría al camarada Ogilvy. Desde luego, no existía el tal
Ogilvy, pero unas cuantas líneas de texto y un par de fotografías falsificadas
bastarían para darle vida.
    Winston reflexionó un momento, se acercó luego al hablescribe y
empezó a dictar en el estilo habitual del Gran Hermano: un estilo militar y
pedante a la vez y fácil de imitar por el truco de hacer preguntas y
contestárselas él mismo en seguida. (Por ejemplo: «¿Qué nos enseña este
hecho, camaradas? Nos enseña la lección —que es también uno de los
principios fundamentales de Ingsoc— que», etc., etc.).
    A la edad de tres años, el camarada Ogilvy había rechazado todos los
juguetes excepto un tambor, una ametralladora y un autogiro. A los seis
años —uno antes de lo reglamentario por concesión especial— se había
alistado en los Espías; a los nueve años, era ya jefe de tropa. A los once
había denunciado a su tío a la Policía del Pensamiento después de oírle una
conversación donde el adulto se había mostrado con tendencias criminales.
A los diecisiete fue organizador en su distrito de la Liga Juvenil Anti-Sex.
A los diecinueve había inventado una granada de mano que fue adoptada
por el Ministerio de la Paz y que, en su primera prueba, mató a treinta y un
prisioneros eurasiáticos. A los veintitrés murió en acción de guerra.
Perseguido por cazas enemigos de propulsión a chorro mientras volaba
sobre el océano Índico portador de mensajes secretos, se había arrojado al
mar con las ametralladoras y los documentos… Un final, decía el Gran
Hermano, que necesariamente despertaba la envidia. El Gran Hermano

añadía unas consideraciones sobre la pureza y rectitud de la vida del
camarada Ogilvy. Era abstemio y no fumador, no se permitía más
diversiones que una hora diaria en el gimnasio y había hecho voto de
soltería por creer que el matrimonio y el cuidado de una familia
imposibilitaban dedicar las veinticuatro horas del día al cumplimiento del
deber. No tenía más tema de conversación que los principios de Ingsoc, ni
más finalidad en la vida que la derrota del enemigo eurasiático y la caza de
espías, saboteadores, criminales mentales y traidores en general.
    Winston discutió consigo mismo si debía o no concederle al camarada
Ogilvy la Orden del Mérito Conspicuo; al final decidió no concedérsela
porque ello acarrearía un excesivo trabajo de confrontaciones para que el
hecho coincidiera con otras referencias.
    De nuevo miró a su rival de la cabina de enfrente. Algo parecía decirle
que Tillotson se ocupaba en lo mismo que él. No había manera de saber
cuál de las versiones sería adoptada finalmente, pero Winston tenía la firme
convicción de que se elegiría la suya. El camarada Ogilvy, que hace una
hora no existía, era ya un hecho. A Winston le resultaba chistoso que se
pudieran crear hombres muertos y no hombres vivos. El camarada Ogilvy,
que nunca había existido en el presente, era ya una realidad en el pasado, y
cuando quedara olvidado en el acto de la falsificación, seguiría existiendo
con la misma autenticidad, con pruebas de la misma fuerza que Carlomagno
o Julio César.


Comentarios

  1. A través de Winston, Orwell nos presenta el funcionamiento del Departamento de Registro, una rama del Ministerio de la Verdad. El capítulo gira completamente alrededor de eso y nos mete de lleno en ese mundo creado por el autor. Creería que es el capítulo que más me gustó hasta el momento.

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  2. Excelente capítulo, te hace pensar muchísimo en lo que la historia cuenta . Terminas pensando ¿Será todo verdad lo que está en los libros de historia? Y la expresión vaporizar me da piel de gallina.

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  3. Interesante este capítulo que cuenta un poco sobre el trabajo de Winston y la creación de nuevas verdades.
    Me gustó la palabra palimpsesto pero no sabía su significado. Este es el fragmento: "Toda la historia se
    convertía así en un palimpsesto, raspado y vuelto a escribir con toda la
    frecuencia necesaria". Significa: Manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.

    Relacionado con nuestra historia y el frecuente regreso al negacionismo de cuántos fueron los desaparecidos en Argentina, pienso en esa gente vaporizada que es borrada de la historia para siempre. Aún los que alguna vez fueron útiles al sistema. Piel de gallina ese trabajo de oficinista que, aún alguien con inquietudes como Winston, realiza de manera automática, eficiente y con cierto placer.

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